Opinión

Año jubilar en la Diócesis Barbastro-Monzón

Desde el 28 de marzo, la Santa Sede ha concedido un año Jubilar a esta diócesis por conmemorar el 400 aniversario de la procesión general del Santo Entierro en Barbastro. Para los católicos, este año santo significa poder obtener indulgencia plenaria según los casos establecidos, cumpliendo los requisitos señalados por la Iglesia.

El obispo diocesano D. Ángel Pérez ha resaltado que “es un privilegio vivir este acontecimiento de gracia”, unas declaraciones efectuadas en compañía de la Junta Coordinadora de las Cofradías de la Semana Santa barbastrense. Asimismo sostuvo que “la Semana Santa hace de la calle un templo que visibiliza el mayor misterio de amor que la humanidad haya podido vivir”.

En una sociedad plural y democrática como es la nuestra, los actos celebrados en general en la Cuaresma, y en particular en la Semana Santa como núcleo central de aquella, son para muchas personas una reafirmación de la fe, del amor y de la esperanza. Sin embargo otras lo consideran una tradición un tanto folklórica a la que, no obstante, demuestran una cierta reverencia y un profundo respeto.

La Semana Santa en España lleva una dilatada singladura procesional, siendo especialmente destacada nuestra Comunidad Autónoma de Aragón al contar con poblaciones declaradas de interés turístico internacional, como es Zaragoza y otras muchas localidades pertenecientes a la emblemática Ruta del Tambor y Bombo del Bajo Aragón.

Es incuestionable que la ingente cantidad de cofrades, el esmerado cuidado de las prendas, hábitos y atuendos, la expresividad de las trabajadas imágenes, el sostenimiento y arrastre de las peanas, y la instrumentación tan variada, no puede reflejar solamente un escueto y desnudo ambiente festivo como si de una vana concentración lúdica se tratase.

La Cuaresma en ningún caso es una terapia psicológica, pero sí puede fomentar actitudes que puedan proyectar un crecimiento integral del ser humano. La sobriedad, la templanza, el control de nuestros impulsos ante una realidad hedonista y tremendamente consumista pueden ser la clave de un bienestar espiritual que genera la paz que tantas veces se invoca y nos es tan necesaria.

La Semana Santa, tanto en su vertiente “cultural” como en la piadosamente religiosa, nunca deja indiferente la conciencia humana. Algo misterioso acontece en las calles cuando entre el olor del incienso y el desgarro del compas acústico de bombos, tambores y cornetas, penetra en nuestro ser removiendo de una u otra forma esa inclinación hacía el bien que, innatamente, todas las personas llevamos gravadas en nuestro corazón como expresión de lo sagrado.

El crecimiento de la gratitud y el acercamiento al perdón, que tan olvidados están hoy en día, nos puede llevar a reconciliarnos con aquello que por diversas circunstancias, a veces egoístas, nos han desviado del norte de nuestras vidas. La “terapia cuaresmal” puede alejar el odio y abrir nuestra intimidad para fortalecer la escucha a los demás y dar solidez a nuestra salud espiritual.

Optemos por un modelo de vida sencillo donde necesitar menos sea más gratificante que obtener cosas compulsivamente. La felicidad, sin saberlo, la rozamos todos los días en pequeños detalles de los cuales, generalmente, no nos damos ni cuenta.