Francisco Javier Aguirre FRANCISCO JAVIER AGUIRRE, Escritor.


El pasado 1 de abril se celebró el 80 aniversario del final de la Guerra Civil. Pero no deja de ser una fecha emblemática artificial. Ese día, o el anterior, acabaron hace ocho décadas solo las operaciones bélicas. El conflicto político y social, agravado en este país desde hace aproximadamente un siglo, no ha concluido, sino que se encrespa día a día.

Para cerrar esta parte lamentable de nuestra historia, alguien tendría que poner de su parte una generosidad que hasta ahora no se ejerce, ni se percibe en lontananza. Ese alguien es la parte de la sociedad que considera un hecho irrelevante el que existan todavía miles de muertos sepultados en las cunetas o en lugares impropios. Ese alguien son, sobre todo, los cargos públicos que se niegan a poner un euro en esa tarea humanitaria, son quienes hablan con vergonzosa ligereza de los buscadores de huesos, quienes quieren pasar página de un libro, que cuenta la realidad, sin haberlo leído por completo.

A ese tipo de gente, a esos sujetos que en términos generales se manifiestan como católicos y a quienes presuntamente debieran corresponderles algunas de las virtudes cristianas como la compasión, la piedad o la caridad, tal vez les pueda ir haciendo mella el testimonio que el papa Francisco dio hace poco públicamente a través de la televisión, en una entrevista sobre la que no caben distorsiones ni malas interpretaciones. Señaló sin ambages que todo ser humano tiene derecho a una inhumación digna. Y se refería a nuestro país.

Esto no lo hemos conseguido en España. Esta es una deuda moral y material de todos los que gobiernan, de todos los que deciden. Esto exige un gran pacto histórico, un pacto de Estado para acabar de una vez por todas con las secuelas de una guerra civil que fue más allá de las trincheras y los bombardeos.

Hay quien pide de forma insensata que dejemos en paz a los muertos. Los muertos ya están en paz, los que no lo están son muchos de los vivos, herederos, familiares, amigos… o simplemente amigos o conocidos de los familiares de las víctimas.

Cualquier persona medianamente sensible de este país es heredero de esas víctimas, aunque no le correspondan de forma genética o genealógica. Porque el ser humano es algo más que pura genealogía, cuando verdaderamente es un ser humano, más allá de sus formas, su genética y su fisiología.

Hemos de reclamar un gran pacto de Estado para acabar con el enfrentamiento civil, si no queremos que en este país, que no atiende por parte de algunos de sus dirigentes a la recuperación y reparación de la memoria histórica, perdure de forma infinita, vergonzosa y universal una ignominia histórica.

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