Opinión

La risa, patrimonio de la humanidad

Javier Barreiro, escritor.
photo_camera Javier Barreiro, escritor.

La primera risa humana registrada corresponde a la primera Edad del Bronce (h. 2000 a. d. C.). El Génesis da cuenta de cómo Sara, informada por Dios de que iba a concebir un hijo de su esposo Abraham, pese a la mucha edad de ambos, riose para sí, diciendo: “¿Después de haber envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?”. Risa interior, pues no era de recibo reírse ante alguien tan serio –y peligroso- como Yahvé.

Las religiones primitivas, repletas de sacrificios y pruebas que superar, oscilaron entre el miedo y el exorcismo de ese terror, a través de ritos liberadores. Sin embargo, la idea del infierno y las amenazas y condenas a quien saliera del dogma e incurriera en herejía hicieron al catolicismo poco simpático. Si la obra de Dios es perfecta, debiera despertar alegría y así lo vieron San Francisco de Asís y otros optimistas. Sin embargo, predominó, como tantas veces, el espíritu represivo. Reír o abrir la boca –siempre los problemas con los orificios naturales- fue considerado hasta no hace mucho signo de mala de educación. Para el escritor católico Charles Péguy, la risa era el demonio. Y, efectivamente, muchas veces la iconografía representa a Mefistófeles con una mueca riente.

Los adolescentes apenas ríen con sus padres, pero sí se ríen de ellos, y lo hacen mucho con sus amigos, lejos de casa. La alegría está fuera, una vez liberados del poder familiar. Es casi obligatorio pensar lo contrario de lo que de aquél emana, aunque, pasadas las décadas, los primeros años de vida aparezcan como el paraíso perdido, cosa, en general, bastante discutible, pero es más fácil mitificar el pasado que arreglar un futuro en el que lo único seguro es la decadencia.

Todos hemos dicho alguna vez que el verdadero humorista es el que sabe reírse de sí mismo, mirar con distanciamiento irónico las propias características y conductas. Reconozcamos no obstante, que tal humor alberga alguna clase de ternura, como no puede ser de otra manera. Además, ese humor nos hace también reconocer que casi todos nos tratamos con más amor del que, seguramente, merecemos. Ternura nos producen también los humoristas serios como Buster Keaton o Jacques Tati en el cine y Gila o Eugenio en el humor español, mientras nos fastidian extraordinariamente quienes se ríen de sus propios chistes. La paradoja de la seriedad del rostro frente a lo descabalado de lo que el cómico hace o cuenta provoca ese efecto de choque y sorpresa que ha de tener el verdadero arte. Por otro lado, es más difícil hacer reír desde la seriedad porque la risa es contagiosa. Por eso, las abominables risas enlatadas de la televisión; por eso, en los primeros años de la fonografía eran muy frecuentes los discos de risas, con los que toda la familia terminaba compartiendo la carcajada. En los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, el negro Johnson registró miles de grabaciones con su famosa creación, “La risa”. A Raymond Chandler, el más clásico de los clásicos de “novela negra”, le gustaban los experimentos de psicología social: se compinchaba con un amigo para ocupar sendas butacas en las filas traseras y delanteras del cine. En una escena anodina, uno de ellos empezaba a reír; el otro le contestaba de la misma manera. A los pocos segundos toda la sala era una carcajada. Hoy día, son frecuentes las sesiones de risoterapia, que se benefician del aludido efecto contagioso.

El ámbito académico, con tanto personaje pagado de su mismo, es poco proclive a la risa. Y eso que una máscara festiva puede ser más eficaz que la seriedad impostada y rimbombante con la que muchos encubren su incompetencia. Darwin dejó escrito que la risa y el llanto se parecen en sus expresiones faciales y, de hecho, la risa excesiva hace que derramemos lágrimas, como las vertimos de placer ante una música que nos conmueve.

En suma ¿quién no quiere pasar un día entero de risas? Las mujeres suelen preferir los hombres con sentido del humor. Quieren llorar de risa o de placer, lo mismo que los varones. Varios cómicos han ganado elecciones en países europeos. Aquí nos pedimos uno que nos haga llorar de risa –de placer, ni nos lo planteamos- pero no por la risa que él nos da sino porque, para representar un papel, es mejor un cómico que un embustero.