VICENTE FRANCO GIL, Licenciado en Derecho.


Las sociedades cambian; la vida transita velozmente; los valores morales y los principios éticos se desmoronan relativizando sus contenidos; el ser humano, en buena parte, nada en la superficie de las aguas de la trivialidad. En pleno verano y con multitud de fiestas patronales celebradas en las localidades que pueblan Aragón, y en toda España, parece ser que no hay diversión si faltan las drogas y/o el alcohol.

Las fiestas cuentan siempre con un anfitrión a quien se le rinde homenaje en honor a su persona, organizando con ello actividades programáticas precedidas, generalmente, por un pregón. Tristemente los anfitriones no suelen ser los únicos protagonistas de dichas fiestas, adhiriéndose frecuentemente como verdaderas inquilinas nocivas las borracheras (de alcohol, de drogas o la mezcla de ambas) causando con ello dolorosas consecuencias tanto en propios como a terceros.

Celebrar una festividad en la que no vaya aparejado deliberadamente el “colocón” de turno, y si puede ser en tiempo récord, es ya un hecho objetivo y plausible. Es una fijación que desplaza premeditadamente cualquier otro tipo de pasatiempo equilibrado y pacífico, ateniéndose a las costumbres del lugar. Nada más dar el “chupinazo”, se va ya etílicamente bien servido, o el gentío se apresura a abrevar a las fuentes que inhiben el sentido y la razón, provocando en muchos casos comas etílicos tal como reflejan las estadísticas recogidas en los medios de comunicación.

El interés por los actos culturales participando lúdica, prudente, simpática e inteligentemente, han sido desplazados por el analfabetismo de quienes, bajo los efectos de las drogas y el alcohol, se revisten de una personalidad ficticia y brabucona que justifica la sinrazón de esos días festivos en los que para ellos “todo vale”, incluyendo agresiones sexuales, conducciones automovilísticas temerarias, destrozos en lo ajeno, broncas, peleas, alborotos y un sinfín de despropósitos violentos.

La mercantilización del mundo globalizado está desplazando el humanismo, el respeto y la formación ordenada que ya han sido superados, y con creces, por la ignorancia bárbara y la ignominia consentida de sociedades en vías de descomposición. Cada vez más, y a edades más tempranas, el abuso del alcohol y/o de sustancias psicotrópicas se han convertido en el antídoto resolutivo para acometer cualquier tipo de celebración festiva. Sin duda, esta es una cultura extraña aunque tolerada que, al mismo tiempo que aniquila la consciencia, ofrece una alta rentabilidad para quienes comercian dichas “medicinas”.

No hay libertad sin responsabilidad, no hay libertad sin educación, no hay libertad sin acatamiento a las normas de conducta y a las pautas de comportamiento, no hay libertad cuando la dependencia de todo aquello que nos veta la sociabilidad y el civismo nos esclaviza. En fin, nunca habrá libertad en tanto que no haya un compromiso firme por mantener la mente sana y, por ende, bien dotada.

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