Opinión

Sálvese quien pueda

Después del doble fiasco de la recientes sesiones de investidura, después de lo que a la gran mayoría de ciudadanos nos pareció una pantomima, muy cercana al esperpento valleinclanesco y al teatro del absurdo, ronda mi cabeza un lema que se podría aplicar a situaciones tan extremas como al ya lejano hundimiento del Titanic. Porque está claro que toda la tripulación, desde el capitán hasta el último grumete, dio una imagen de descoordinación, de prepotencia, de oscuros prejuicios y de dejación de funciones.

Algunos dirán que aún quedan dos meses para negociar. Pero casi nadie confía en un acuerdo, ya sea de coalición o de colaboración, que tiene una base muy frágil lastrada por enemistades enquistadas, afán de protagonismo y excesiva preocupación por cargos y poltronas, antes de pararse a reflexionar y tender la mirada a las expectativas de millones de ciudadanos, sean del partido político que sean. Porque, al igual que en el hundimiento del transatlántico británico, hay un iceberg oculto que puede echar por tierra en los próximos meses la ilusión de tantos votantes y el deseo de que, de una vez por todas, se pongan de acuerdo, sí o sí, para que la legislatura comience a dar sus primeros pasos y los políticos elegidos democráticamente el pasado 28 de abril traten de resolver los problemas que se presentan para este otoño, entre los que destaca la sentencia del Tribunal Supremo sobre el “procés”.

Casi todos nos preguntamos, ¿tan difícil es llegar a un acuerdo coherente y responsable, como se ha hecho en muchos ayuntamientos y en algunas comunidades autónomas? ¿Tanto cuesta ceder en algunas cuestiones fundamentales, adoptar una actitud tolerante e intentar ser flexible y dialogante? Porque todo parece indicar que, como en una partida de ajedrez, cada uno se enroca en su casilla y espera que mueva ficha el rival, entendiendo por rival el que no piensa como yo o mira por sistema hacia el otro lado. ¿Qué puede pasar a finales de septiembre, después del paréntesis del verano? Que todo siga igual. Que continúen las actitudes intransigentes, las manidas líneas rojas y los noes sin fundamento. Entonces ya será demasiado tarde y estaremos abocados a ese 10 de noviembre que pende como una espada de Dámocles sobre toda la ciudadanía.

Si la situación continúa enquistada y no da un giro de ciento ochenta grados, – algo en lo que casi nadie confía – habrá que entonar con desolación un “sálvese quien pueda”, buscar con urgencia un chaleco salvavidas y refugiarse en una isla desierta hasta que amaine el temporal. Entonces ya no se podrá dar marcha atrás y quedará para las hemerotecas el 2019 como el año del fracaso de la democracia española.