Opinión

Cerdeña, Córcega y la Corona de Aragón

En anteriores semanas, pude disfrutar de unas vacaciones en estas islas del Mediterráneo. Dejando a un lado los detalles del viaje, todos buenos, la intención era, además de disfrutar de sus paisajes, experimentar el legado aragonés a día de hoy, pero como siempre, hay sorpresas.

Cuando a finales del siglo XIII la isla se hallaba dividida en cuatro giudicatoso juzgados, a manos de genoveses, sardos y pisanos, la isla de Cerdeña ya aparecía como uno de los objetivos de los monarcas aragoneses. Tras concluir algunos litigios con Castilla y ayudados por algunas revueltas pro aragonesas, Jaime II, en el 1323, envió a la isla una potente flota de 53 galeras, que creó en Palmas, Sulcis, la primera cabeza de puente.

Aragón, que había tenido alianzas con los Arbóreos de la isla, pronto entró en conflicto con ellos; tras victorias y derrotas de ambos bandos, Aragón se hizo con el dominio casi total de Cerdeña.

En 1354, Pedro IV el Ceremonioso sometió a la ciudad de Alguer, expulsando a sus habitantes sardos y genoveses y repoblándola con oriundos del Camp de Tarragona y del Penedés -se supone que habría de más territorios también y, por qué no, de aragoneses emigrados a Barcelona-. De aquella época queda un vestigio lingüístico: el alguerés, como dialecto del catalán medieval de aquellos pobladores.

Años antes, en el 1295, el papa Bonifacio VIII había nombrado al rey Jaime II como rey de Cerdeña y Córcega, y en 1372, Pedro IV asume el control de la mayor parte de dicha isla.

Siglos más tarde, en la actualidad, al visitar enclaves como Alguero y Bonifacio, uno puede disfrutar del sabor a medievo en ellos, sus fortificaciones y sus acantilados, vigilando imponentes el empuje del mar Mediterráneo.

En Alguero, se pueden ver banderas de Cerdeña por doquier, la cruz de San Jorge con las cuatro cabezas moras, y en la propia Córcega, la cabeza mora; ambas como legado de la presencia aragonesa en ellas. No faltan en la primera las cuatro barras de Aragón, con el escudo de Alguer, donde en uno de sus cuarteles, en jefe, se ve “el señal real”. Pero desde hace un tiempo, la política de la Generalidad de Cataluña, en pos de expandir la cultura y la lengua “allende los mares”, guarda al viajero ciertas sorpresas: en los centros turísticos y culturales de la ciudad se encuentran en abundancia panfletos y libros en los que se leen historias sobre el origen de los símbolos y de la aportación catalana, en sentido exclusivo.

Las banderas de Cerdeña y Córcega, legado de los reyes de Aragón tras la batalla de Alcoraz de 1096, y los sellos de plomo de Pedro III utilizados desde el 1281 a través de sus descendientes, como Juan I, que concedió a ambas islas el emblema de las cuatro cabezas a Cerdeña y de una sola a Córcega; acaban siendo sustituidas por leyendas imaginarias y fantasiosas que rayan lo esotérico, máxime si las cuentan guías turísticos enfervorizados con un micrófono en la mano a bordo de un autobús de turistas españoles cansados del calor, de las curvas y de las eternas conversaciones en voz alta de algunos y algunas que ocupan dobles asientos.

En Alguer, se encuentran banderas, adhesivos y trenecitos turísticos, donde se lee “L’Alguer, la ciutat catalana de Sardenya” o “L’Alguer, el país catalá de Sardenya”, que obviamente le da más contenido. Las cuatro barras de Aragón son nombradas como “los cuatro palos catalanes”.

En los centros de estudios de lengua catalana, eso sí la normalizada de Pompeu Fabra sobre todo, se vislumbran banderas independentistas y referencias a los “Països Catalans”. Si bien parece que el éxito de estas campañas no han obtenido el resultado esperado. En Córcega, sin embargo, se hace referencia en exclusiva al legado aragonés y a sus reyes. Tal vez, el corso, es de otro pelaje.

Estamos ya muy acostumbrados a todo esto y lo único que se puede decir, además de intentar promover la verdadera Historia, es intentar sofocar la corriente mercantilista que la compra a golpe de talón.