Opinión

Hijos de sucre en Zaragoza: Ecuador

Adoradores de la pacha-mama en los parques públicos zaragozanos, los ecuatorianos tienen una relación con la naturaleza y su disfrute con sencillez que me fascina. Hasta que les sale el indio, cuando no se tienen en pie, forman el colectivo de más notable manifestación ciudadana, respetuoso y buen vecino que se pueda ver en la ciudad.
No es extraño, son hijos de Oriente que refinaron idioma y cultura en la falda del Chimborazo. Incomprensiblemente engullidos en nombre y fama por sus vecinos, este lugar que vive con un 25% de su población fuera, no es menos fino ni goza de menor calidad paisajística o monumental que Colombia o Perú. Tampoco histórica.

Los quietas, tranquilos y muy laboriosos ecuatorianos, especialmente los de sierra, gozan de la pasión por cualquier tarea propia de su origen histórico asiático. En japonés se llama monotzukuri, vamos a traducirla como habilidad con las manos transmitida de generación en generación con las múltiples manifestaciones a que dé lugar: desde la confección de una runa hasta la reparación de un coche sofisticado, su forma de poner las manos en las cosas goza de esa paciencia y confianza que yo distingo, de esa mirada sin miedo en los objetos porque todo es posible.

Además es un pueblo que puede sentir el orgullo de la conservación del idioma inca del norte, actual quechua. La cultura incaica en su conjunto gozaba de excelentes comunicaciones a partir de Cusco-Lago Titicaca con un sistema de caminos de altiplano y hacia las costas, desérticas o selváticas al norte, o interiores amazónicos, siempre lo segundo. Hasta el norte, las sendas del Inca llegaban más arriba de Popayán y San Agustín, al sur de Colombia.

Por ello, cultivos como las mil variedades de papas, los infinitos colores de choclo y otras solanáceas o tubérculos fluyeron a lo largo de más de 4.000 kilómetros y, tras su incorporación a la gastronomía europea desde España, han aportado soluciones al hambre de media humanidad. Seguimos para mucho bingo con la quinoa, y todo ello lo desarrollaremos con un homenaje a su cocina, semejante e incluso coincidente con la peruana tan trendy.

Y existen muchos más ejemplos de lo que la cultura de estos convecinos ha sido capaz de generar a partir de su habilidad manual y conocimiento del entorno. Es natural, entonces, que Ecuador debiera ser más conocido y visitado.

No solamente por la riqueza natural y endemismos de las Galápagos –el ecuatoriano más ilustre es sin duda un casi galés, el señor Darwin- sino, además, por la espléndida arquitectura colonial de Cuenca y Quito, el ecosistema creado por sus volcanes y riqueza natural andina.

La sierra es un paraíso de aguas termales. Entre otras bendiciones, como la presencia sobrevolando sus cumbres, su dios Chimborazo, del pájaro icónico sudamericano en peligro de extinción: el cóndor de las cenefas de los monumentos andinos.

La Amazonia ecuatoriana, fecunda y diferente, alberga como en Colombia importantes reservas de hidrocarburos, regula por tanto –a veces para mal y dolarizar- la dependiente economía del país y pone y quita gobiernos. En pocos años, será una fuente gastronómica y de producción de nuevas frutas que darán alternativa a la necesidad campesina de depender de la producción cocalera. La revolución Iquitos se trasladará al resto de la cuenca amazónica y visitantes irán de propio para comer productos que ni siquiera hoy se conocen.

La costa es abundante en pesca, playas fascinantes y casi vírgenes como Esmeraldas y contiene uno de los principales puertos naturales de todo el pacífico: la capital económica e industrial del país como es Guayaquil.

Entre unos espacios y otros, relieves y sierras aptos para la producción de los mejores mangos del mundo, un café que gozará de mejor reputación y el cacao con fragancia y aromas más peculiares. Es un país que es un gran tapado por su relativa seguridad y que puede dar un enorme salto para convertirse en una Costa Rica de Sudamérica: un paraíso para el senderismo y el agroturismo.

Por todo ello, considerad a todos los ecuatorianos con que nos encontramos en Delicias, en San José o Las Fuentes, en el Perpetuo Socorro de Huesca, poniéndonos el suelo laminado con delicadeza y puntualidad, cumpliendo su palabra en cuantos presupuestos nos preparen, preparando a mucha satisfacción nuestros guisos para catering… correas de transmisión de una joya cultural, la pervivencia en nuestros días de la forma de vida inca que en Perú subsiste pero no ha influido hasta fechas recientes.

El zambo Bolívar se enamoró de la bellísima mestiza quiteña: Manuela Sainz Aizpuru, nacida en la ciudad blanca, porque viniendo de un villorrio como en su época era Caracas, cayó en el refinamiento y vida cortesana de una de las principales ciudades del Imperio.

Quito significa en quecha “la mitad de la tierra” (curiosa coincidencia con el chino-japonés en que do-to goza del mismo significado). Fundada por Almagro fue el origen de expediciones amazónicas tan glosadas como la del vasco Lope de Aguirre, a quien siempre veremos con la cara de Klaus Kinski sembrando el pánico Eldorado.

Los ecuatorianos de Zaragoza no son serranos sino más bien costeños o de las inmediaciones de Guayaquil. Gentes dulces, amables, muy bien parecidos físicamente –más guapos que un japonés guapo- y excelentes vecinos que no hacen sino aportar laboriosidad y buena relación con el entorno.

Llegará el momento de glosar la gestión del binomio Rafael Correa-Jorge Glas y su gestión, logros y sombras como principal ejemplo de surgimiento de otras políticas y recetas económicas en los, asolados por la corrupción, sistemas latinoamericanos.