Opinión

¡No están locos si saben lo que quieren!

Estamos escuchando estos días, con harta frecuencia en los medios comunicación y en todas las redes sociales, refiriéndose a lo que está pasando en Cataluña, las palabras locura, esquizofrenia política, trastorno mental, escisión de la realidad, delirio, ideación mesiánica y otras de similar calado. Ello no solo es incorrecto semánticamente, sino sobre todo es dañino para los enfermos psíquicos, ya que aumenta la estigmatización de la enfermedad mental y, también, influye negativamente en las familias de los enfermos.

Personalmente no creo que el llamado “proces” sea una “locura” ni tampoco una “esquizofrenia” o un “delirio”. Lo que estamos presenciando con intensa preocupación, como mucho sería, desde la perspectiva psiquiátrica, una serie de conductas llevadas a cabo por individuos con un posible “trastorno de la personalidad”.

Tener una anomalía de la personalidad no es sufrir ninguna enfermedad mental, sino tan solo se trata de un patrón de comportamiento estable, rígido y que se aparta de las expectativas culturales del entorno en el que se vive. Pero en ningún caso serían de entrada personas enajenadas, delirantes, psicóticas o gravemente enfermas.

La inmensa mayoría de los que estos días salen a las calles son personas mayoritariamente normales y sanas mentalmente, pero que tienen una forma de entender la realidad diferente. Algunos de ellos, la epidemiología nos dice que un 20 %, serían portadores del ya comentado trastorno de la personalidad. Por último, una minoría muy reducida (no superior al 1 %), esos sí serían enfermos mentales graves.

Es necesario no estigmatizar al enfermo mental usando la terminología médico-psiquiátrica para asociarla a violencia callejera, conductas antisociales, agresividad gratuita, desórdenes públicos o, lo que todavía es peor, con la simple discrepancia ideológica.

Tampoco es saludable ni adecuado caer en la simplicidad y falacia de que aquello que nos resulta extraño, difícil de asumir o de comprender tenga que ir asociado, indefectiblemente, a la denominación manida, negativa y genérica de locura.

Aspecto diferente, estudiado ampliamente por la psicología social, es el efecto de contagio de la información, la psicopatología del rumor y los mecanismos de manipulación de masas. Pero insisto, ello nada tiene que ver con las enfermedades mentales estricto sensu.

Quizá sea comprensible que el ciudadano de a pie se exprese de esa forma, pero los profesionales del noble oficio del periodismo, los que crean opinión y de alguna manera marcan criterios ideológicos esenciales en la ciudadanía, deberían medir más y mejor sus palabras y sus mensajes.

Utilizar una terminología psiquiátrica para referirse al llamado “proces” es hacerle un flaco favor a la enfermedad psíquica, a los enfermos mentales y estigmatizar, una vez más, este tipo de trastornos, aunque ello pueda parecer una cuestión baladí y de escasa relevancia.

Lo que está pasando en Cataluña es un problema muy grave desde la óptica política, terrible desde la perspectiva social al haberse fracturado una sociedad que convivía en paz y armonía, y muy triste desde el sentimiento de nación que, al menos un servidor, ha tenido siempre. Pero por el momento, poco tiene que ver ello con la enfermedad mental genuina. Espero que el paso del tiempo no me haga cambiar de opinión.