Opinión

Horario infantil

Dice el proverbio que de la abundancia del corazón habla la boca. Si repasamos el actual panorama de las manifestaciones verbales, tanto en público como en privado, podemos deducir que el corazón de mucha gente abunda en suciedad. Es evidente que en los últimos años se ha producido una degeneración del lenguaje a nivel individual y colectivo. En este segundo sector, se desliza a veces un comentario pudendo, por parte de periodistas y contertulios en determinados programas radiofónicos y televisivos, en el sentido de que nos hallamos en horario infantil. Eso debe frenar temporalmente el pésimo lenguaje que comienza a ser habitual en los medios, sobre todo en los audiovisuales.

Al parecer, durante ese periodo de tiempo en el que los niños pueden estar a la escucha o a la visión de lo que se ofrece en la pantalla, hay que suprimir, o al menos moderar, el uso de tacos, insultos, palabrotas y otros elementos lingüísticos de mal gusto. Una vez que han dado las horas preceptivas, el veto queda disuelto y se pueden utilizar cualquier tipo de epítetos, barbaridades y groserías para ilustrar opiniones y situaciones varias.

Ocurre lo mismo con el doblaje de muchas películas o, incluso, con sus guiones originales. Hay una manía compulsiva a utilizar la palabra p*** para todo. Reiteradamente se alude a la p*** gana, a la p*** mesa, a la p*** puerta, a la p*** reunión, y así indefinidamente en aras de una turbia modernidad malsonante que parece no afectar a la mayor parte del personal. Lamentable situación, porque se pueden decir las mismas cosas sin utilizar tacos ni groserías, sin ensuciar los ojos o los oídos de la gente de bien, de la gente educada, que repudia esas fórmulas y jamás las utiliza.

No se trata de pretender una exquisita pureza del lenguaje en todo momento, sino simplemente de normalizar las expresiones que pueden manifestar ira, enfado, desprecio, contrariedad o cualquier otro sentimiento negativo sin tener que recurrir a lo sucio, lo malsonante, lo maloliente, al mal espíritu, a la vulgaridad, cuando no a la brutalidad. Porque quien primero ensucia su boca es quien pone en los oídos de los demás la malsonancia.

Sería muy interesante que por parte de los implicados en los medios de difusión escritos, y sobre todo radiofónicos, audiovisuales y cinematográficos, se estableciera un patrón consistente en que las 24 horas del día fueran, a esos efectos, horario infantil.