Opinión

Sender contra Séneca y un superordenador

He aquí la regla de oro: “Lo que hoy son vicios, mañana serán virtudes”. Esta norma sigue labrada en piedra y descansa en otra también de Séneca: “Sólo pensamos en la virtud cuando no tenemos otra cosa que hacer”. Maravillados por Séneca, nuestro gran moralista, olvidamos que fue el mayor especulador inmobiliario de su época. Han pasado veinte siglos y estas cosas no cambian. ¿No dijo Santayana que quien no quiere conocer su historia se condena a repetirla?

Para Sender la eternidad es y será el horizonte de los héroes, de los guerreros y de los santos. La misión del resto de seres humanos, incluidos los políticos (porque pueden darse ambas cosas en un mismo espíritu), es aprender del ejemplo, de la costumbre y de la rutina. Sender practicaba la virtud por convicción, Séneca, en cambio, predicaba la moral para que sus competidores, siguiendo el camino de la rectitud, dejaran el campo libre a sus negocios. Como también ocurre hoy, cuando los pobres hacían peticiones a los dioses, Séneca les arrojaba algunas monedas para que los dioses sólo atendieran las peticiones del filósofo.

Otro escritor contemporáneo, Douglas Adams, tratando de buscar el sentido de la vida, escribió Guía del autoestopista galáctico. Cuenta esa historia que una raza de seres, harta de discutir sobre la vida y su sentido, mandó construir un superordenador que respondiera a esa cuestión. Llamaron al ordenador Pensamiento profundo. La máquina tardó siete millones y medio de años en dar la respuesta: “Cuarenta y dos”.

Se cree que Pensamiento profundo no erró la respuesta. El problema es que hacer una pregunta sobre la vida, sobre el universo y sobre todo, desconociendo el sentido de tal pregunta, hizo que cuando llegó la respuesta, siete millones y medio de años después, nadie recordaba cuál era la pregunta.

Quien continúe fiel a don Ramón, quien siga leyendo sus libros, sabe que él encontró la solución, su particular respuesta. Y porque la encontró, sonríe mientras nos señala su obra, para deleitarnos con ella mientras hacemos el camino de la vida, a ver si nosotros le encontramos la gracia a la nuestra.