Opinión

Aitor y el 112

Estos días se ha puesto en cuestión el sistema de emergencia sanitaria que tenemos en nuestro país al oír unos audios de una llamada, hecha por una madre angustiada, viendo a su hijo, Aitor, gravemente enfermo, y las respuestas que recibía del médico encargado de atender el caso.

En mi opinión profesional a ese médico le faltó empatía, capacidad de responder con cordialidad y respeto, no supo, o no pudo, ponerse en el lugar de la otra persona y actuar de una manera más efectiva. Cumplió el protocolo, nos dicen, pero el protocolo falló. También es cierto que los “toros se ven muy bien desde la barrera” y que “a posteriori todos somos muy listos”.

El muchacho falleció cinco días después de una trombosis pulmonar, que era la causa fundamental que le impedía respirar bien y que fue la que desencadenó el óbito. La trombosis pulmonar en una persona joven, que no tenía antecedentes de alteraciones en la coagulación, ni otros factores de riesgo que sepamos, es extraña. Tan extraño como pretender hacer un diagnóstico telefónico afirmando que puede respirar bien porque puede hablar.

Quizá, lo más irritante y lo que más nos ha dolido, ha sido la actitud del profesional que atendió la llamada, insinuando que ese muchacho, el enfermo urgente, el que no podía respirar bien, había consumido “algo” (alcohol o drogas de abuso). Insisto, y todo ello por teléfono, sin saber nada más del enfermo.

Como médico que soy comprendo perfectamente la situación. Sé muy bien lo difícil y problemático que es tomar decisiones en un puesto como ese. Es más, me pongo en el lugar de ese profesional sobre el que están cayendo todo tipo de críticas, algunas muy certeras; otras, absolutamente desaforadas.

El problema no es solo esa llamada que ha tenido un desenlace fatal y que la justicia se encargará de valorar en su justa medida. El peligro lo tenemos todos los días en todas las ciudades, cuando los médicos deben hacer jornadas de guardia excesivamente prolongadas, con unos medios, a veces precarios, y solventar situaciones que les desbordan.

Se habla mucho que nuestro sistema sanitario funciona gracias al buen hacer y a la gran vocación y profesionalidad de los profesionales que lo integran. Cierto, muy cierto. Pero esos profesionales están “quemados” en muchos casos y su competencia puede disminuir.

Lo cierto es que al profesional de la salud no se le consulta para llevar a cabo las reformas sanitarias; se les ningunea permanentemente en la toma de decisiones que les afectan directamente; se les “exprime” como si fueran naranjas y se les utiliza descaradamente a cambio de un salario ridículo; se les alaba y luego cuando surge el problema se les deja tirados ante una responsabilidad creciente y cada vez más compleja.

Lo que hemos visto y oído nos ha hecho estremecer. Personalmente, he sufrido como padre y como posible enfermo escuchando esa noticia. Como profesional de la salud creo que es necesaria una reforma del sistema sanitario y una mayor inversión en medios humanos y materiales. El defensor del paciente lo decía con meridiana claridad instando a cambiar los protocolos del 112 y del 061.

Presumimos mucho del sistema de salud universal que tenemos, los políticos, al menos, lo hacen. Pero luego miramos a otro lado cuando pasan estas cosas, sin ser conscientes del todo que cualquiera de nosotros podría estar un mal día en esa misma situación.