Opinión

Abortorios: carnicerías del horror

Con el paso del tiempo, la libertad es cada vez más coaccionada por los eufemismos y la manipulación de quienes pretenden imponer un progreso fanático y equívoco. Lamentablemente en muchas comunidades autónomas (Aragón es una de ellas) existen “centros de salud reproductiva” en los que, paradójicamente, se practican abortos, o lo que es lo mismo la antítesis de la salud, pues aquellos son centros de exterminio cuya protagonista es la muerte.

Son muchas las gestantes que no son informadas convenientemente acerca de lo vive en su seno materno. Es deleznable que se hable de un cúmulo de células cuando lo que habita en esos vientres son seres humanos con vida propia. Es deplorable que madres gestantes, alentadas incluso institucionalmente, griten aquello de “como nosotras parimos, nosotras decidimos”. Un hijo en proceso de gestación no es un producto, ni una marca, ni siquiera una propiedad sobre la que recae el derecho a decidir su destino. Si a esas madres indecisas se les mostrara una ecografía tridimensional, y oyeran en el ecógrafo bien alto el latido del corazón de las criaturas que albergan en su interior, quizá tomasen conciencia clara para darles a luz felizmente.

La lacra abortiva practicada en esos centros de la muerte arroja una cifra anual de 100.000 indefensos a los que se les niega el derecho inalienable a la vida. Estas políticas destructivas no contribuyen a la igualdad de oportunidades de las que tanto hablan quienes, a su vez, promueven la aniquilación organizada. Hoy en día la mujer no es discriminada por el mero hecho de serlo; lo que la discrimina y cada vez más es el hecho de la maternidad.

Quienes defendemos los derechos fundamentales suscritos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en nuestra propia Constitución española, y nos manifestamos abiertamente pro-vida, lucharemos siempre por proteger la vida y sobre todo amparar a los más débiles. El fomento de la natalidad y de la familia es un bien común que libera a la sociedad de las garras mortíferas del rancio ideario progresista que somete y subyuga.

Los activistas del aborto son dictadores del adoctrinamiento sectario y mortuorio, del holocausto. Con ello pretenden que la especie humana caiga en un letargo intelectual, sufriendo por ello un síndrome de Estocolmo donde las conciencias secuestradas se acostumbren a la matanza de seres humanos antes de nacer, dándoles muerte troceánd los y succionándolos para ser arrojados posteriormente en contenedores de basura y descomponerse entre la suciedad.

El amor y la solidaridad deben primar sobre el egoísmo y la falsa compasión, apoyando a esas madres que quieren tener a sus hijos, pero las circunstancias que les rodean le son adversas. ¿Por qué no invertir en salud y no en muerte? ¿Por qué no invertir en ayudas a la maternidad, a la lactancia y a la educación en vez de despilfarrar en centros abortivos como si fueran campos de exterminación?

Para los que desertamos de la bitácora de quienes se manchan las manos físicamente con el bisturí practicando abortos (negando vidas humanas), o verbalmente con la dialéctica fácil desde el púlpito del engaño y de lo políticamente correcto, solamente esperamos que nuestra sociedad despierte ante esta amargura y transforme esta luctuosa situación desde la sensatez y la verdad. Que la trampa y la manipulación no nos nuble el sentido común y no nos haga mirar para otro lado como si esas muertes de tantos inocentes no fueran con nosotros, porque dando la espalda, de alguna forma, estamos consintiendo tácita o expresamente el exterminio prenatal.