Opinión

Encuentro entre dos eslavos (1-XII-1989)

La búsqueda de la libertad es una de las constantes de la historia humana. Las revoluciones no violentas de 1989 pusieron de manifiesto con especial claridad ese anhelo de toda persona. Se cumplen tres décadas de aquel año sorprendente, en el que sucumbieron los regímenes totalitarios que habían imperado en Europa desde la II Guerra Mundial. Entre junio y diciembre, Varsovia, Budapest, Berlín, Praga, Sofía y Bucarest se convirtieron en las etapas de una larga marcha hacia la libertad.

En esa cadena de acontecimientos que sorprendieron al mundo, la caída del muro en Berlín, el 9 de noviembre, es una referencia para la historia. Otra es la entrevista que, tres semanas después, celebraron dos eslavos, representantes de mundos alejados: Mijail Gorbachov y Juan Pablo II. Más allá de lo extraordinario del hecho, llama la atención el modo en que llegaron a entenderse. Solicitado por Moscú, el encuentro se celebró la víspera de la primera cumbre, en Malta, entre líder soviético y el nuevo presidente de EEUU, George Bush (padre). Un momento decisivo en el camino de la distensión.

El día anterior, 1 de diciembre, corresponsales de todo el mundo inmortalizaban el saludo en el Vaticano entre un papa polaco y el líder del Kremlin. La historia y la geografía habían creado las condiciones para ese entendimiento: Gorbachov manifestó su alegría por encontrar a un pontífice eslavo, como él, con raíces en el Este europeo y capaz de compartir el enfoque de los problemas. Fue el inicio de una relación especial. Tiempo después reconoció que “algo instintivo, tal vez intuitivo, algo muy particular” surgió entre ambos aquel día (La Stampa, 1992). La primera toma de contacto entre ambos se había producido en junio de 1988, cuando Gorbachov llevaba tres años en el Kremlin. La celebración en Moscú del milenario del cristianismo en los territorios de la antigua Rus fue un acontecimiento novedoso y sorprendente en plena era soviética. Juan Pablo II envió una delegación al más alto nivel, con una carta personal para Gorbachov. El encuentro del Vaticano fue el primer fruto.

Wojtyla vio en su interlocutor un protagonista de la caída del Muro de Berlín, unos días antes: Gorbachov había mantenido su promesa de no intervenir, y dejar a los pueblos que decidiesen su futuro. Hablaron de la distensión y la paz. Juan Pablo II mencionó su gran esperanza por la aprobación una Ley sobre Libertad de Conciencia en la URSS para ensanchar las oportunidades de la vida religiosa de los ciudadanos. Ambos eran conscientes de estar haciendo historia: “este encuentro no puede dejar de captar vivamente, por su novedad, la atención de la opinión pública mundial” comentó Wojtyla. La Santa Sede seguía con interés el proceso de renovación puesto en marcha (Perestroika) y ofreció su colaboración.

En los primeros días de 1990, Juan Pablo II se refirió a los acontecimientos de los últimos meses en el discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede: los pueblos del Este europeo “se habían reencontrado con su identidad e igual dignidad”. Wojtyla veía con confianza los esfuerzos emprendidos por los responsables de las dos superpotencias: “mis contactos con ellos me han permitido constatar su voluntad de que la cooperación internacional repose sobre bases más seguras, haciendo que cada país sea considerado más como un compañero que como un competidor”.

En más de una ocasión Gorbachov (hoy tiene 88 años) ha reconocido la importancia histórica del largo pontificado de Wojtyla. En especial por su influencia en el proceso de liberación del Este: “ha desempeñado un papel decisivo como defensor sincero y activo de todo el proceso de la unificación de Europa” escribe en una carta fechada el 27 de octubre de 2004. Es una de las tres que recibí del antiguo líder soviético mientras trabajaba en la tesis doctoral sobre la influencia de Juan Pablo II en las transiciones de Europa Central y Oriental. Son documentos de gran valor histórico, por la firma y las opiniones que contiene. El último presidente de la URSS describe al papa eslavo como “un gran político contemporáneo que persigue con coherencia alcanzar una victoria: conseguir que el respeto a la dignidad de la persona esté en el centro de toda sociedad humana”.

Tras la muerte de Juan Pablo II (2005) se dio a conocer su testamento. En la anotación fechada el 17 de marzo de 2000, se refiere a la “difícil y tensa situación general que ha marcado los años ochenta”. Wojtyla reconoce que desde el otoño del año 1989 esa situación había cambiado. “La última década del siglo pasado ha quedado libre de las precedentes tensiones; esto no significa que no haya traído consigo nuevos problemas y dificultades”. Amanecía una nueva época y san Juan Pablo II volvió la mirada atrás: “el período de la así llamada ‘guerra fría’ ha terminado sin el violento conflicto nuclear, un peligro que se cernía sobre el mundo en el período precedente”. Treinta años después surgen nuevas tensiones en el mundo. Necesitamos personalidades valientes, de visión amplia, como aquellos dos eslavos, para abrir caminos de entendimiento.