Opinión

Amas de casa

Francisco Javier Aguirre
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Las reivindicaciones de las mujeres, en términos generales, son justas y necesarias. Durante muchos siglos han estado discriminadas en aspectos importantes de la vida social, la gestión familiar y el desarrollo personal. El actual movimiento feminista ofrece, sin embargo, algunos aspectos discutibles, como la pretendida tasa de igualdad que en ciertos ámbitos se quiere establecer, bien sea dentro o fuera de la administración pública, la política (las llamadas ‘cuotas’ en algunos partidos) o la gestión de las escalas de responsabilidad empresarial.

No es coherente que en un negocio haya el mismo número de administrativos que de administrativas, o que en un hospital haya el mismo número de médicos que de médicas, o que en un centro educativo se cuente con el mismo número de profesores que de profesoras. La provisión de plazas, en cualquiera de los aspectos laborales, ha de estar en función de la valía de las personas, no de las referidas cuotas igualitarias.

Otro asunto de interés es la innecesaria duplicación de los denominadores gramaticales, cuyo origen es indefinido pero que quedó consagrado por un expresidente de los vascos hablando de ‘los vascos y las vascas’, como si el nombre colectivo no fuera suficientemente comprensivo de los hombres euskaldunos y las mujeres euskaldunas. Lo mismo ocurre cuando ciertos cargos públicos se empeñan en lo de todos y todas, algo innecesario por su propia naturaleza porque extendiendo el asunto, llegaríamos a hablar de los humanos y las humanas, los amigos y las amigas, los campos deportivos y las campas deportivas, y así sucesivamente, refiriéndonos a colectivos indeterminados.

Y volviendo el calcetín del revés, tendríamos un sopicaldo de duplicidades que no haría sino ridiculizar el idioma en su conjunto. Nos encontraríamos con tenistas y tenistos, ciclistas y ciclistos, atletas y atletos,  para no dejar fuera a los varones en la nómina de las disciplinas deportivas, pudiendo prolongar ridículamente el listado, en las tareas informativas sin ir más lejos, con la división entre periodistas y periodistos.

En medio de tanta maraña lingüística y volviendo al tema fundamental de las reivindicaciones feministas, habrá que dar más luz en el ámbito de la justicia social al caso de las mujeres que en una etapa de la historia reciente (hace solo seis o siete décadas en España, e incluso menos), solían renunciar al trabajo fuera de casa para dedicarse intensamente a la familia, fueran los hijos, fueran los padres o enfermos crónicos que se cuidaban en el hogar.

Toda mujer tiene derecho a su desarrollo profesional con la preparación que haya alcanzado, pero también existe un trabajo oscuro pero fundamental en los hogares, que ahora se reparte en mayor o menor medida (tampoco aquí no suele haber equiparación de tareas, salvo en parejas muy concienciadas), pero lo que sí resulta muy lamentable es que estas mujeres que se dedicaron a atender a las familias carezcan de reconocimiento social y de pensiones propias, debiendo acogerse a las de los maridos y, en último término, a las de viudedad, cuando no han tenido ingresos propios por su trabajo fuera del hogar.

Las Asociaciones de Amas de Casa debieran emprender un proceso de reconocimiento en este sentido, al margen de las labores de entretenimiento que muchas de ellas propician. La atribución de pensiones por las labores del hogar sería un paso más, un paso importante en la equiparación del hombre y la mujer.