Opinión

Suelos pobres con milhojas nobles

Acercarse al Bajo Aragón en el último invierno, con estos cielos abiertos de cierzo, presenta un horizonte de relieves desgastados antiguos. Únicamente heridos por la térmica de Andorra como elemento representativo de la extinción, como los dinosaurios turolenses, de las industrias consuntivas de recursos de la segunda revolución industrial.

En el mejor de los casos, si ha caído alguna escasa tormenta, la piel del desierto se presentará verde oscuro de ortiga tapizada de flores blancas esteparias. Espacios de luz punteada por planta estirada y reseca tras las semanas de niebla que le han permitido la vida.

Penacho de milagros vegetales delimitan las calzadas del yacimiento del Cabezo de Alcalá en Azaila. De roca tiznada de blanco sus edificaciones y blanquecina la cerámica que en el asentamiento fue hallada por Juan Cabré el de Calaceite.

Las tierras marrones y rojas del Aguasvivas, teñidas por el aguazón de intensidad y desteñidas por orden de la divinidad del Monte Cayo, están en sus muelas estratificadas por milhojas blancas de alabastro blanquirroto.

Esa piedra de yeso que forma parte de la misma realidad geológica de las planas y cabezos que encajonan la Huerva y conforman ese espacio aterrazado contra aliaga que es en marzo Valmadrid.

El alabastro es la piedra de Aragón tanto como el azabache y la caliza pirenaica, que con su gris rata todas las piedras de lecho de la montaña conforma. Con escasas excepciones veteadas en ese milagro de conservación y pureza que es el río Ara.

Todos los elementos representativos erigidos por la Corona y primer Renacimiento, ya conformado el Reino de España, utilizaban ante la escasez de poder contar con vidrio, esta piedra traslúcida por necesidad. Pero también para crear ambiente, para tamizar nuestra violenta luz casi mexicana.

En sulfato de calcio represando está fundamentalmente tallada la obra escultórica del soberbio Damián Forment, levantino originario por origen familiar de Alcorisa. Gran conocedor de las posibilidades de cada bola de alabastro, como Miguel Ángel miraba las vetas y cubos de su pariente más noble: el mármol carrarense.

La luz de primavera es la óptima para volver a recorrer el fascinante trabajo público de este Mantegna ó Donatello de nuestro secano, uno de los autores cumbre aragoneses que no debería ser ensombrecido, como tantos otros, por la persistente y necesaria sombra goyesca. Su parentesco artístico lo colocaría en la senda de Hernando de Aragón el de la Seo y como antecedente de la literatura de Gracián.

Los retablos del Pilar, San Pablo, el de la Catedral de Huesca o el diseño previo del retablo mayor de Barbastro son las huellas en alabastro de este maestro del gótico final aragonés, el estilo de mejor producción y logros, tanto en el campo de sus remates mudéjares como de la concepción de los mayores logros escultóricos en la Corona. Hemos de imaginarlos como el de la Seo de San Salvador, modelo inequívoco antecedente, policromados sutilmente.

Recorrer el alabastro a flor de su piel y como resultado noble y dúctil es un camino de importancia semejante a transitar por los diferentes estilos de cerámica japonesa o porcelana china. Una forma de introducción visual de este apreciable mineral en clave de vigencia y de presente.