Opinión

Femenino en serio

Arranca este mes de marzo con el valor de lo femenino muy presente en las agendas mediáticas y sociales. El 8M ha conquistado su espacio, y la marca morada, nada es casual, mueve lo suyo, que no es poco. Sin embargo, esta presencia mediática aludida ofrece fundamentalmente un dibujo de lo femenino radicalizado, feminista. Un término, éste último, que habría que colocar en el mismo rango de significante con el de machista, para no caer en errores y fantasías que luego generan lo que generan.

Si analizamos con cierto sosiego y distancia, sin acritud, pero con sensatez, la evolución de la mujer en nuestra sociedad durante el último siglo, tenemos que reconocer que el cambio ha sido para bien, sin que por ello se tenga que dar por cumplido este necesario proceso por la igualdad y por otras cuestiones pendientes.

Un simple dato puede ejemplificar este cambio. A mediados del siglo XX, en la facultad de medicina de Zaragoza, el porcentaje de alumnado femenino era del 20% frente al 80% masculino. Hoy, en pleno 2020, los datos han cambiado: el 80% del alumnado es femenino y el masculino es del 20%.

Cuestiones como el acceso a determinadas tareas en la sociedad, creo que no ofrecen conflito dialéctico. Y hay que celebrarlos como conquista de libertad, clave auténtica del progreso en nuestra historia y por ende en la sociedad.

Sólo que, defender la libertad, nos pone en alerta para que nadie se arrogue en particular el valor y el ser de lo femenino. Algo de lo que, en mi humilde opinión, se oye hablar poco.

Echo de menos una reflexión de lo femenino como tarea personal y de lo femenino como proyecto. Y creo que es un olvido que nos puede pasar factura. En alguna otra columna, he señalado que la falta de respeto al ser de las cosas conduce al error y al fracaso. Pues no digamos nada sobre la falta de respeto al ser de lo femenino.

Y aquí es donde cada mujer tiene que disponer de los recursos, fundamentalmente culturales y de educación, pero también de valores personales con hondura de reflexión y altura de miras. Valores que, en medio de una crisis que ha contribuido a crear una sociedad líquida, resulta difícil reconocer.

Ser mujer, como ser hombre, supone una tarea de realización. Y esa tarea es indelegable, so pena de caer en un aborregamiento del que se aprovechan los planteamientos liberticidas para generar confusión y crear doctrina. Por supuesto, la suya.

Y aquí es donde tenemos que estar bien atentos, para que no nos la cuelen. Y reclamar proyectos femeninos, de mujer, pero en serio.