Mª LUISA RUBIO ORÚS, Profesional de la Educación, escritora y pintora.
Ya sea porque al haber nacido el día de Santa Regina y por lo tanto responder al signo del zodíaco Virgo, o por sentir desde siempre la Tierra en mi corazón por propias sensaciones repletas de intimismo, el caso es que de muy niña tanto al caminar como a la hora de desplazarme en viajes, mostraba mi profunda unión con este planeta imaginando colores muy vivos y los echaba al suelo desde mi mirada para darle suerte, buenas vibraciones.
Empezamos a vestirnos por los pies, esos que pisan la corteza terrestre, removiéndola, sobre las semillas de la esperanza plantadas a conciencia. De ahí recalcar el tremendo valor que posee la Agricultura. En un país como este, en el que ella es de suma importancia, sin olvidar la ganadería, se lleva demasiado tiempo no teniendo en cuenta de verdad lo que más nos concierne.
En los ratos en los que pude hablar sobre el tema con los alumnos de pueblos apenas si respondían. No fue el caso de sus habitantes adultos, queriéndome abrir los ojos para que viera que el deseo de bregar en los huertos iba disminuyendo vertiginosamente. A gentes de otras partes que venían y se iban tampoco se les pasó por la cabeza esta posibilidad, que de seguro hubiera pasado a ser oportunidad fehaciente.
Cuando quienes están entre las personas del Campo y los consumidores median con el gris oscuro, mal asunto. Y si no hay alimento, nada nos queda. La base de todo siempre fue sencilla, lo que sobra son las complicaciones de quienes enturbian realidades con las que imperan sonando sus bolsillos desde la otra punta del mundo incluso. Productos generados por los labriegos españoles, ahora actuales que, con toda la razón del firmamento, se manifiestan por doquier ante la injusticia del sufrimiento que llevan padeciendo durante décadas.
Dieciséis años tenía cuando estimé que demasiado precipitada había sido la entrada en España al Mercado Común Europeo. Mucho había que mejorar y pulir por aquí todavía. Y aún así nos enredamos más de lo que veníamos haciendo nosotros solos por nuestra cuenta, provocando la apertura de otro ovillo de enmarañamientos. Tirar semejante cantidad de excedentes me partía el alma en mil pedazos- Y ya es que ni mentar siquiera lo de dejar entrar antes lo de otros en vez de empezar por comer de lo que estos lares nos tenían a majo regalarnos. Creo que ya mi sistema de alucinaje no conocía límites, puesto que de lo más simple se pasó a todos los demás terrenos sociales etc…
Todo nos lo ha brindado desde siempre la Naturaleza, y se le está enclipsando -cada vez más y de peores formas- el favorecimiento que nos proporciona, traducido en beneficios, caso de hacer las cosas con honradez humana.
Pero no, el gasto es para los artificios, ficciones y fuegos fatuos, envoltorios brillantes que parecen cegar por un momento y en que se les pasa su luz fugaz palpamos que el dinero, más que nunca, se está escurriendo de entre las manos como un pez resbaladizo, huyendo sin remedio: ni para nosotros ni para poderlo compartir con los que se hallan aguijoneados por la falta de lo primero esencial. Mientras tanto, hablando de epidemias, la del hambre que ahí continúa a la desesperada.
La auténtica desfachatez es la cara dura que sigue merodeando por nuestros aledaños, sin tregua alguna, sin dar relevancia a lo que más significa: comer bien y encontrarse de igual manera, que todo bicho viviente estuviera contento, siendo reconocido lo que hace a la par que lo que ofrece con su laboriosidad.
Palabrerías que me hube de tragar desde muy chica, cuando defendía lo muchísimo que podíamos aprender de la Tierra, y de su Naturaleza. El espíritu se me conmovía desde lo más adentro al pronunciar con mi tenue voz de entonces lo que actualmente transcribo de desde aquella época en estas humildes palabras.
Trabajadora incansable cuya única canción es el generoso derrame de sus frutos, y más si se trabaja con mimo. Pero no…, se frotaba la lámpara del bien quedar, de la destacadura infernal del más puro materialismo, llegando a competir por marcas más caras y/o famosas. Si no comulgabas con la chulería más atroz ni te hacías como ellos, la tortura sin fin, la muerte viva por ser tú misma sin dañar ni permitir que lo hicieran contigo.
Cuando ya en otra zona traté de formar un minúsculo grupo para, juntos en unión, al menos intentar mejorar aunque solamente fuera un poco el panorama, ni pensar de lejos se quiera en los resultados que de entre mitades vaya con el trato también. Sinceramente. No es que cada uno fuera a lo suyo, sino que si te descuidas te arrancan la existencia de cuajo entre que en el entre tanto se solazan con recreos de ir perfeccionando sus formas.
Ojalá se pueda rendir homenaje total a la Agricultura, arando, segando, recogiendo buenas cosechas, llorando el cielo de emoción sana, recordar sus huellas, haciendo camino entre sus surcos para recoger lo logrado entre que crezca la sapiencia de saberla cuidar porque así se quiere, amando lo que se nos dio. No es una cultura agria, sino que cualquier menester requiere de un esfuerzo. Nunca nada se nos da hecho a nadie.
Y, como bien dijo Quevedo hace varios siglos, que en el dorado de oro andábamos por las Españas de entonces, claro está que “poderoso caballero es don Dinero”. Los más ricos cada vez lo son más, y lo mismo sucede con los pobres y la pobreza. El resto, temblando día a día ya que el miedo está extendido sobre cualquier temática candente y otras que van surgiendo con bastante mala baba.
Hoy, un innumerable gentío labriego y turbado por la incomprensión de la mayoría, se lanza a las calles para reivindicar sus derechos, por ende los de cualquier ser.
Por mucha modernidad que haya, los verdaderos reyes del mundo, no pueden ser destronados. Se estaría cometiendo un suicidio colectivo, además de una falta de respeto y de recuerdo hacia cuantos ancestros nos precedieron, sean familia o no, y cuya sangre- sin importar la faena a la que dedicaron sus días- regó con su empeño esta Tierra, que parece arropar un último atisbo de luz al final del túnel…
Bastará ya de obviar las evidencias que no pueden ser ocultadas bajo ningún concepto. Arrastrar cadenas podría suponer un reclamo para los fantasmas y esas sábanas de mortaja conducirnos directamente a la morgue.
Estamos en proceso de congelación. Depende de quienes depende que de allí tengamos que estar obligados a pasar al féretro que envuelva la postrera fila de nuestros recursos de experiencia viva.