Opinión

Los 80 años de Marcelino

Javier Barreiro, escritor.
photo_camera Javier Barreiro, escritor.

El único autógrafo que he solicitado en mi vida y que aún conservo se lo pedí a Marcelino, legendario jugador del Real Zaragoza. Yo tendría unos 11 o 12 años y, callejeando con un amigo por el Paseo Sagasta –entonces dedicado al general Mola-, vimos como el futbolista dejaba aparcado su famoso Volvo rojo en la acera de los pares –entonces se aparcaba en cualquier parte, no digamos si uno entraba en la categoría de ídolo- y allí nos acercamos con el objetivo antedicho, inmediatamente logrado.

No creo que haya habido otro jugador del Zaragoza con tanto carisma en su etapa activa. Lapetra era el de mayor clase y Violeta, seguramente, el más rentable pero Marcelino sigue siendo con 120 tantos totales el mayor goleador del club en todos los tiempos y sus tantos de cabeza eran de una espectacularidad incomparable. Casi increíble en un jugador que medía 1,70. En los córneres solía colocarse en la esquina del área opuesta al rincón desde el que se sacaba y, con una rapidez inusitada y una potencia de salto brutal, se imponía a los defensas rematando con una fuerza que sólo he visto en jugadores como Kocsis o Santillana. Su técnica de salto no era el simple impulso hacia arriba sino un poco diagonalmente y, al llegar el balón, echaba la cabeza atrás para proporcionarle la máxima fuerza y la dirección adecuada. Él siempre dijo que sus maestros fueron César y Zarra. El primero lo entrenó y, con el segundo, dijo haberse enfrentado en 2ª división cuando jugaba en El Ferrol y el vizcaíno en el Indauchu, partido que se celebró en la temporada 1955-1956, cuando Marcelino estaba o acababa de salir del seminario, así que el recuerdo pertenece a la abundante inventiva del jugador gallego.

Sus condiciones atléticas eran increíbles. Según el propio futbolista, gracias a la genética pero, sobre todo, a las horas que pasaban jugando en la playa al fútbol y a una especie de balón-volea de cabeza. Hacía los cien metros en menos de 11 segundos, en su salto llegaba con la cabeza a más de tres metros y sus pulsaciones en reposo eran 36.

La condición de mito local que acompañaba a Marcelino venía incrementada por su vida más que desordenada –se decía- lo que, al parecer era común en muchos de los componentes de los llamados “magníficos” y que, pocos años después, corroborarían los “zaraguayos”. El delantero terminó casándose con la hija del fiscal de la Audiencia, unión que se deshizo a los pocos años.

Marcelino no vino a Zaragoza a los 19 años como delantero centro sino como extremo. Pese a que proporcionaba abundantes balones de gol, su condición de rematador llevó a que finalmente desplazara a otro de los goleadores clásicos del equipo, Joaquín Murillo, todavía y durante quién sabe cuánto tiempo, máximo goleador del equipo en 1ª división con 90 tantos.

Marcelino podría haber metido muchos más goles de los que obtuvo pero se retiró a los 29 años y sus últimas temporadas no fueron buenas. Se decía que por la poco deportiva forma de vida que había llevado pero él lo atribuía a las brutales patadas que recibió que le machacaron las rodillas. En esto sí que cualquier tiempo pasado fue peor. No existían las tarjetas y para que te expulsaran había casi que asesinar al oponente.

Marcelino cumple 80 años el 29 de abril, seis meses antes que Pelénacido el 23 de octubre de 1940. No se llegaron a enfrentar pero pudieron hacerlo en el Campeonato Mundial de Chile en 1962 al que España llevó un magnífico equipo. Todavía Di Stéfano, ya con 36 años, y otro gran goleador como Eulogio Martínez se impusieron a la juventud del ferrolano y cuando Pelé llegó a La Romareda en septiembre de 1974 ya jugaban los primeros zaraguayos.

Medio siglo después del autógrafo pasé unos días en El Ferrol y, entre otras cosas, me dediqué a visitar los hermosos y muy alimenticios alrededores de la ciudad portuaria. A un cuarto de hora de coche está Ares, el lugar natal del jugador. En un bar, que después me enteré que era de su mujer, lo encontré con su sempiterna gorra y me atreví a hablarle. Fue ilustrativo pero, como en los antiguos folletines o las modernas series televisivas, lo contaré otro día.