Opinión

Félix de Azara revisited, será un corto paseo

Ilustrado de la época de Aranda, Goya, Pignatelli y las sociedades de amigos del país, Félix de Azara y su legado de impacto universal son suficientemente conocidos y ponderados en Aragón.

Especialmente en su provincia oscense. En la que su Diputación honra al geógrafo y botánico por revelación u ósmosis inversa de Barbuñales, al notario de especies vistas en primera persona en las junglas americanas por motivos laborales concurrentes. Por fuego amigo.

Los premios que llevan su nombre galardonan a aquellas personas, iniciativas, estudios o colectivos que se ocupan y garantizan, también que plasman en fotografías de naturaleza o acción humana, el desarrollo de buenas prácticas medioambientales.

Han sido premiados en sus veintidós ediciones, por citar el ejemplo de su última edición, desde los guardas de refugios pirenáicos, estudios sobre el estado de fauna y flora, retroceso de glaciares, pero también publicaciones y programas escolares de concenciación del entorno.

De geografía particular, puesto que el mismo Azara tuvo que saltarse la escolástica del plan de estudios de la Universidad Sertoriana de Huesca y, educación de calle y amigos, ponerse a mirar y no ver.

Ahora que hemos o nos han parado la vida es menester detenerse en este antecesor de la sostenibilidad, como la Biblioteca de su época de los Barones de Valdeolivos de Fonz lo fue de estos objetos que tanto consuelan cuando nos vienen así de mal dadas.

Dicen que Aragón es una tierra de buenos botánicos y curiosos observadores por su luz, sus contrastes de microclimas y botánica. Porque tenemos desde paisajes alpinos a desiertos en todo tipo de suelos. Bosques de riberas, lagunas dulces y saladas; y el paisaje es límite sur de hayedos, robledales y abetales.
Todas las setas, espartos, azafranes y cerezos se dan según capas y alturas.

Es posible que esta singular botánica que ha sido tan afectada por el fordismo agrícola sea, junto con nuestro conocimiento de las estaciones y cambios naturales por origen rural de la mayor parte de nosotros, la razón de que nuestras ciudades tengan más viales dedicados a farmacéuticos y biólogos avant la lettre que en otras regiones, a curiosos humanistas como Lagasca, Odón de Buen, Carmelo Lisón y el mismo Azara.

Es una manera de conquistar al bies y para uso de toda la humanidad la de estos aragoneses que me impresiona, sin relación con la otra en la que los subdesarrollados, menos en armas, éramos los del imperio.

Félix de Azara terminó su vida catastrando su paisaje. Después de haber dibujado con precisión y tener que haber inventariado fuera de las categorías hasta su trabajo existentes, animales y especies del conjunto hídrico Paraná-Paraguay-Uruguay. En el Virreinato del Reyno de la Plata.

Pero volvió a su paisaje de bolos, viñas y olivos. Hoy le imaginaríamos encantado viendo que es un vergel regado por las aguas de Pineta y Viñamala. Fue capaz de dedicarse con la misma pasión y pundonor a lo grande y a lo pequeño.

Asumió los avatares y etapas de su vida con esa mezcla entre estupefacción de la buena, capacidad de observación y de plasmación que le hicieron, así lo reconoce la comunidad científica mundial, el principal antecedente de Darwin. Porque se saltó por necesidad lo establecido.

Sus amigos y familiares sembraron de bellísimas fuentes de caños innumerables localidades del Somontano, garantizado la vida por garantizar el agua.

La mirada serena y paciente de Azara la captó ese maestro del retrato que fue Goya en una de sus mejores obras. Es una de las tareas sencillas y posibles a plantearse después del confinamiento.

Ir a ver, oyendo la banda sonora de “La Misión” de Ennio Morricone, a este oscense universal al Patio de la Infanta. Que supo mirar y morir, que supo viajar y vivir. Que volvió y aportó su experiencia al servicio de su país y de su entorno.