Opinión

Del medio ambiente al miedo ambiente

Francisco Javier Aguirre
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La primera década del siglo XXI fue la del medio ambiente; la segunda está siendo la del miedo ambiente.

El tema del medio ambiente, que caracterizó a la primera década del siglo, puede resumirse diciendo que esta cuestión vital, pendiente desde hace mucho tiempo, comenzó a consolidarse a finales del anterior, concretamente en 1992, dentro de lo que se conoció como la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro.

El 11 de diciembre de 1997, los países industrializados se comprometieron, en la ciudad de Kioto, a ejecutar un conjunto de medidas para reducir los gases de efecto invernadero. Los gobiernos pactaron reducir en al menos un 5% de promedio las emisiones contaminantes entre 2008 y 2012, tomando como referencia los niveles de 1990. El acuerdo entró en vigor el 16 de febrero de 2005, después de la ratificación por parte de Rusia el 18 de noviembre de 2004. En noviembre de 2009, eran 187 estados los que habían firmado el protocolo.

Los Estados Unidos, el mayor emisor de gases de invernadero mundial, no lo hizo al considerar que la aplicación del mismo era ineficiente e injusta al involucrar solo a los países industrializados y excluir de las restricciones a algunos de los mayores emisores de gases, entonces en vías de desarrollo (China e India, en particular), lo cual consideraban que perjudicaría gravemente a su economía.

Ahora vamos a considerar cómo ha ido la segunda década, que está camino de acabar y se caracteriza por el miedo ambiente. Todos tenemos miedo, los ricos y los pobres, los países desarrollados y los que intentan seguir nuestra estela, quienes tienen trabajo y quienes están en paro, los habitantes de los pueblos y los de las ciudades, los jóvenes y los viejos, las mujeres y los hombres…

Tienen miedo –aunque quizá menos que otros colectivos– los grandes financieros y especuladores porque sospechan que en algún momento se les va a ir de las manos el timón del barco que navega según un rumbo preestablecido hacia sus intereses económicos, sean lícitos o ilícitos.

Tienen miedo los empresarios, grandes y pequeños, de que la situación crítica que atraviesa el mundo, a consecuencia de la pandemia del Covid 19 –y no solo de ella– conduzca al cierre de sus negocios, fenómeno que lamentablemente se da con mayor frecuencia cada vez y del que tenemos noticia cada día.

Tienen miedo los trabajadores con empleo, porque ven peligrar su puesto cuando depende de una empresa privada, y tienen miedo los funcionarios porque puede sobrevenir una disminución de sus percepciones. Qué decir en este mismo sentido de los pensionistas.

Tienen miedo los parados porque la situación de desempleo creciente no induce a la esperanza, sino todo lo contrario, dado que el problema parece insoluble a corto y medio plazo.

Tienen miedo los jóvenes porque no ven horizonte a sus esfuerzos de preparación profesional; los más decididos –que en muchas ocasiones coinciden con los más preparados– buscaban fuera de nuestras fronteras alguna posibilidad, aunque hubiera que superar obstáculos con los que no contaban. ¿Dónde irán ahora?

Tienen miedo las gentes de edad madura porque se saben objetivo prioritario de la pandemia. Tienen miedo en los negocios porque ha disminuido el nivel del consumo y la caída de las ventas parece no tener fin. Quienes trabajan con materias de primera necesidad –básicamente la alimentación– temen tener que bajar la calidad de sus productos, lo que redundará en nuevos perjuicios, incluso para la salud.

Tienen miedo muchos profesionales libres y muchos trabajadores del sector servicios –por ejemplo los taxistas– porque la clientela es cada vez menor.

El listado podría prolongarse indefinidamente, pero no conviene dejarse dominar por el derrotismo, porque una sociedad miedosa es fácilmente manipulable. Sí conviene estar alerta porque todo este oleaje sanitario y económico que nos zarandea puede ser utilizado impunemente por pescadores a río revuelto, estén asentados en la política o en las altas finanzas, que en muchas ocasiones parecen contar con vasos comunicantes.