JOSÉ MARÍA ARIÑO COLÁS, Doctor en Filología Hispánica.
Como consecuencia de la pandemia que estamos padeciendo y con el fin de evitar nuevos rebrotes y convivir con el virus de la mejor manera posible, se están proponiendo para el curso 2020-2021 nuevos escenarios y distintos modos de actuación, en la línea de lo que se ha comenzado a experimentar en estos últimos meses. Vamos camino, al parecer, de una enseñanza híbrida que combine la actividad presencial en el aula y la telemática desde el domicilio del alumno. Esta nueva modalidad supondrá, a partir de septiembre, una cierta revolución en el concepto tradicional de la enseñanza y una progresiva apertura a escenarios inéditos, con el ingrediente de la incertidumbre.
La tarea que se les plantea a las autoridades educativas es, desde este momento, más complicada de lo que parece. El cambio progresivo de mentalidad no solo se basa en las llamadas reformas estructurales, como distribución de espacios, reducción del número de alumnos por aula, incremento de plantillas de profesorado… Pero, lo que está claro –y ese es el mayor reto de la educación del siglo XXI– es que la enseñanza online ha venido para quedarse, siempre en equilibrio con la enseñanza presencial y con los logros de la educación tradicional.
Porque, después de más de dos meses con las aulas vacías, todos nos podemos plantear las siguientes preguntas: ¿Podrá sustituir en un futuro la enseñanza telemática a la presencial? ¿Ha venido para quedarse una enseñanza híbrida? ¿Se han acabado ya las clases atestadas de alumnos a todos los niveles? En estos momentos, sería prematuro responder con seguridad a estas cuestiones. Sin embargo, queda claro que esta nueva concepción del sistema educativo conllevaría una serie de inconvenientes o problemas a resolver. Ya que se verían seriamente afectados aspectos tan importantes como la interacción y la socialización. La motivación del alumnado perdería fuerza y eficacia, y el papel del docente como comunicador y generador de empatía pasaría lamentablemente a un segundo plano.
Sin embargo, lo peor de todo sería continuar en este clima de provisionalidad que ha reinado en el ámbito educativo durante los últimos meses. Es verdad que la situación sanitaria ha sido muy grave y que las medidas de aislamiento han afectado a todas las actividades sociales, pero sería deseable que, en caso de un posible rebrote de la pandemia, estuvieran ya sentadas las bases de una nueva realidad educativa basada en los siguientes valores: tolerancia, flexibilidad, atención a los más desfavorecidos, comunicación personal, sociabilidad y mucha empatía.
Aunque las autoridades educativas ya están planificando con la suficiente antelación el inicio del próximo curso, tanto al profesorado como a las familias les preocupa un inusual cambio de escenario que planteará los siguientes retos: una mayor inversión económica en educación, una formación en el uso de las nuevas tecnologías tanto para el profesorado como para el alumnado, una dotación de medios informáticos a los más desfavorecidos para paliar la brecha digital y una adecuación de los centros educativos a las medidas de higiene que propongan las autoridades sanitarias.
De todos modos, lo que planea en el horizonte a tres meses del inicio del curso 2020-2021 es que estas obligadas innovaciones o reformas se van a seguir moviendo en el campo de la provisionalidad. Y eso no es, ni mucho menos, lo que necesita la educación española del futuro.