Opinión

Estado de relajación

Antes de que la normalidad vuelva a ser lo normal, no he de ocultar que, en este tiempo previo a la reconquista de la libertad, dos establecimientos, hasta hace prácticamente nada cerrados a cal y canto, alimentaban mi inquietud. Los dos, quiero pensar que, de propiedad diferente, ya que se hallan distantes en la geografía zaragozana, mostraban sendos carteles en el escaparate donde anunciaban el mismo mensaje, a saber, que se encontraban cerrados por vacaciones.

¡Fíjate qué previsora es la gente!, pensé nada más pasar por delante de los mencionados establecimientos, durante este tiempo del estado de alarma. ¡Qué organizados!, me dije en otra ocasión, en medio de esas conversaciones con uno mismo que nos traemos a lo largo de esos desplazamientos solitarios del día a día, del corazón a nuestros asuntos. ¡Y qué capacidad de convertir la necesidad en virtud!, reflexiono ahora que han reanudado afortunadamente su actividad.

Algo que no pueden decir quienes se han visto afectados por tantos cierres forzosos, sin que se atisbe apertura de persiana, sea en la fase que sea, desde la cero hasta la tercera. Pero ya llevamos varias prórrogas del estado de alarma, vamos camino de la sexta, y le hemos cogido gusto al asunto.

En el fondo, aunque a veces nos pierda la forma, somos de buen conformar los hispanos. Y también de fácil gobernar. No hay más que ver la adaptación acelerada a la mascarilla, que parece un complemento de nuestra indumentaria de toda la vida. Y mira que, hasta hace bien poco, qué extraño se nos hacía el artilugio, fuera de los escenarios quirúrgicos.

Diera la sensación de que tengamos muy asumido aquello de que, el que manda, manda, aunque mande mal. Y así hemos estado entretenidos, con cierto suspense infantil, en si se aprobará o no la próxima prórroga, recuerdo cuando estábamos todavía en la tercera.

El resultado, ya lo conocemos. Si no querías taza, toma taza y media. Que es por tu bien. El caso es que vamos a culminar, la nada desdeñable cifra de seis quincenas de estado de alarma. Y parece que, desde hace ya unos cuantos días, se ha conseguido cierto efecto narcótico, de automatismo ciudadano, condescendiente con el sentido extraño de la realidad, y consistente en una aceptación acrítica por parte del tejido social de lo que nos está ocurriendo.

Vamos, que un cierto estado de relajación se ha hecho patente entre el personal. Aunque la sombra del bicho está ahí, nos recuerdan los expertos, pan y circo habemus. Abren más terrazas, incluso se improvisan nuevos espacios. Y vuelve el fútbol en nada.

Lástima que el precio haya sido tan caro. Y que la relajación ambiental sea un efecto buscado. Hay que recuperar la libertad. Y a partir de ahí volver a levantarse.