Opinión

La vieja anormalidad

Francisco Javier Aguirre
photo_camera Francisco Javier Aguirre
Nos llevan hablando de la ‘nueva normalidad’ unos cuantos días, incluso semanas, cuando en realidad a la que hemos regresado es a la vieja anormalidad. El Gobierno ha gestionado la crisis sanitaria a tientas, por falta de preparación estructural, por la penuria de los medios y por la dispersión de las competencias entre las comunidades autónomas. El problema no era de una de ellas o de varias, sino de todo el Estado, lo cual ha hecho preguntarse a la gente más conspicua si un territorio tan pequeño como el español puede estar dividido en taifas sanitarias en las que cada región responde de sus habitantes, desde el punto de vista de la salud, con dificultades de interacción entre unos territorios y otros. Opinan los expertos que tampoco un gobierno de la oposición lo hubiera hecho mejor, y como muestra exhiben la gestión que la Comunidad de Madrid ha realizado en los últimos lustros, tanto en el tema sanitario como en cuanto a las residencias de ancianos, cedidas con presunta legalidad y dudosa moralidad a intereses privados, a veces en forma de empresas de fortuna o directamente de fondos buitre. Pero dejando de lado el panorama global que ha sido especialmente duro y ha afectado a todas las regiones españolas con mayor o menor intensidad, conviene referirse a unos cuantos elementos de la vida ordinaria en nuestro país para comprobar que a lo que retornamos es a la vieja anormalidad. Anormal es, como ejemplo escandaloso, que un muchacho con gran habilidad en los pies y notable agilidad de movimientos esté ganando muchísimo más dinero que un cirujano de cuya habilidad con las manos depende la vida de mucha gente. Anormal es que el mismo muchacho –difícilmente muchacha–, siga ganando muchísimo más dinero que un investigador en cualquiera de las ramas del saber. Anormal sigue siendo, todavía con mayor escándalo, que todo nuestro entramado político-económico, con sus organizaciones internacionales al frente, siga permitiendo la existencia de paraísos fiscales. Permitiendo y, a veces, propiciando, porque es la manera de favorecer los intereses ocultos de algunas empresas que ahora ya no se dedican a movilizar el capital industrial, sino el financiero, el ‘dinero golondrina’ que con atinada ironía califica una de las mentes más luminosas sobre este tema en este tiempo: la de José ‘Pepe’ Mujica, expresidente de Uruguay. La vieja anormalidad a la que regresamos tiene muchísimos más elementos de escándalo, como la actitud mayoritaria de quienes ostentan altos cargos en la política, sobre todo en el área legislativa que, por citar una reciente casuística, han cobrado en mayoría dietas y complementos de dinero público por una actividad no desarrollada a causa de la disminución de actividad en las Cámaras a causa de la pandemia. Regresamos también a la vieja anormalidad de que un jefe de Estado sea inmune ante la ley en cualquiera de los aspectos de su vida, incluida la privada. Puede entenderse que lo sea en aquello que atañe a su función política y que sus errores en ese campo hayan de ser sobreseídos, pero la vieja anormalidad ampara también los manejos, maniobras y componendas presuntamente cometidas en la esfera privada, la que atañe al patrimonio personal del sujeto o su familia. Viejas anormalidades son también que buena parte de la producción industrial de nuestro país consista en la fabricación de armamento que se vende a países donde no se respetan los derechos humanos y que promueven o financian guerras en las que subyacen intereses económicos, enmascarados tras conflictos políticos o religiosos. La vieja anormalidad preside nuestra convivencia y es pura ficción que el gobierno y sus portavoces hablen de la nueva normalidad. Evidentemente no se trata de este gobierno en particular, sino de cualquier otro posible que transitará en órbitas similares, porque de otro modo no tendría futuro.