Opinión

¡Aplausos y pitos!

Por el título del artículo, alguno puede pensar que voy a hablar de toros, de fútbol, de cine o de un espectáculo de variedades. Créanme que no es esa mi intención. Voy a referirme a un suceso lamentable, triste y muy preocupante que ha ocurrido, hace unos días, en Zaragoza y que me afecta por partida triple.

Una médica del centro de Sagasta ha sido amenazada por un paciente-usuario con una navaja. Esa profesional sanitaria es mi hermana Pilar. Como ven el asunto me da de lleno. Pero, para más “inri”, parece ser que el presunto agresor es un enfermo psiquiátrico grave, o no tratado, o sin que se haya garantizado en lo posible el cumplimiento de su tratamiento.

Mi querida hermana se ha llevado un susto de muerte, como decimos coloquialmente, ya que el sentir una navaja en tu abdomen no debe hacer mucha gracia. En esos momentos, la Dra. Fuertes actuó, no sé si llamar, con admirable frialdad o con manifiesta imprudencia, e intentó, hablando con el interfecto, convencerle de que lo que estaba haciendo era absurdo y consiguió que depusiera su actitud, no sin antes de que este diera un golpe en la mesa y “avisar” que iba a volver otro día a conseguir la información que quería.

Mi hermana afirma que llamaron a la Policía por dos veces y que, al parecer, estos le dijeron que no tenían efectivos y como no había pasado nada grave no hacía falta su presencia, a pesar del hecho ocurrido y de las amenazas del enfermo en volver. Una actitud que no alcanzo a entender, ni humana ni profesionalmente, y que me imagino alguien; es decir, algún Tribunal, valorará en su momento y en su justa medida.

Los médicos hemos sido aplaudidos durante muchos días cada tarde a las ocho, como una forma de la sociedad en expresar su agradecimiento por el esfuerzo que estábamos haciendo, cada uno a su medida y cumpliendo lo mejor posible con su trabajo. Actitudes como la de este pobre enfermo son la excepción, muy pocos llegan a usar un arma blanca para reclamar algo en un centro sanitario y no debemos generalizar.

Pero lo que sí se produce con mucha más frecuencia es ver cómo algunos ciudadanos llegan a los centros sanitarios henchidos de derechos, pletóricos de soberbia y convencidos de que tienen la “verdad” absoluta. Muchos creen que, al igual que un comercio, el que paga exige, y que los sanitarios son meros empleados que están ahí para darles lo que creen necesitar.

Esta pandemia nos ha humillado a todos y en cierta manera también nos ha empequeñecido al hacer ver cómo de un día a otro las reglas del juego han cambiado. Bueno, a todos parece que no, porque a ciertos gestores de los que depende la administración pública y la seguridad de todos los ciudadanos siguen sin enterarse de las pésimas condiciones de trabajo que existen en muchos centros públicos (sanidad, justicia, enseñanza, etc.).

Menos aplausos y más dignidad reclamaban los profesionales sanitarios días atrás. Menos agradecimientos sonoros y mejores condiciones laborales. Menos héroes y más protección a su salud mental evitando la sobrecarga laboral, el doblar turnos, los bajos salarios y la desprotección de su seguridad.

Mi hermana es una buena y querida profesional, y como ella hay muchos que están día a día haciendo lo mejor que pueden su trabajo, que es aliviar, consolar y, a veces, hasta curar nuestras dolencias. Lo hacen a veces, sin los medios adecuados y sin la seguridad indispensable.

No puedo ni quiero acabar este artículo sin expresar mi repulsa, no al enfermo psicótico que realizó la agresión, sino a todos aquellos (médicos, gestores, juristas, sociólogos, politólogos, todólogos, opinadores profesionales, sabios de tertulia televisiva, ) que, sin haber visto directamente la cruda realidad de la enfermedad mental grave, siguen mareando la perdiz y no aceptan que, a veces, en algunos casos, y en enfermos concretos, es preciso imponer un tratamiento ambulatorio, lo quiera o no lo quiera el enfermo.

Si algo caracteriza a la enfermedad mental severa es que el paciente pierde su libertad y su juicio crítico. Dejar solo en manos del enfermo el seguir un tratamiento es, en mi opinión profesional y personal, solo impericia inexcusable, imprudencia manifiesta o negligencia grave.