Opinión

Albania, la tiranía y la estupidez

Javier Barreiro, escritor.
photo_camera Javier Barreiro, escritor.

Hace poco más de un año visité Albania, el país más pobre de Europa, a excepción de Moldavia. Sin embargo, aunque allí se viva modestamente, no se percibe nada parecido a la miseria. Faltan carreteras y otras infraestructuras, no hay Fuerza Aérea ni Marina –dicen que, pese al buen pescado, el albanés tiene miedo al mar, desde donde vinieron todas sus desdichas-, pero la comida, una mezcla de cocina balcánica, turca e italiana, es excelente.

Pronto despuntará el turismo en el litoral adriático, con algún parecido al de la Costa Brava. Ya se percibe la velocidad de la transformación de esos lugares apacibles que en muy pocos años se convertirán en algo parecido a la Manga del Mar Menor o Marina d’Or. Hay ciudades medievales muy bellas, como Elbasan, Berat o Gjirokastër, que está siendo restaurada por la UNESCO, ruinas grecorromanas y maravillosas iglesias bizantinas. La parte septentrional es montañosa, más pobre, y tardará algo más en abrirse al turismo. Todo el país está salpicado de búnkeres, construidos por el tirano Enver Hoxha, cuando rompió con China y quedó, junto  a Corea del Norte, en el binomio de países con sistema estalinista. Temía una invasión de quien creía sus enemigos; es decir, el resto del mundo.

En Tirana puede visitarse la llamada Casa de las Hojas, sede de la seguridad del Régimen Comunista, que conserva documentos, aparatos y toda clase de testimonios de la represión policial, de la tortura y de la obsesiva vigilancia social ejercida durante dicho régimen: un 75% de la población estuvo controlada personal y directamente por el otro 25%. Un 50% de los domicilios tenían micrófonos ocultos que, si eran descubiertos por sus moradores, no podían tocarse bajo pena de detención. En la década de los ochenta no había otros coches que los de la nomenklatura. Hoy, ya se conocen los atascos. Hubiera resultado ilustrativo comprobar en directo cómo esta gente, aparentemente tan normal como la de cualquier otro sitio, vivió aquellos años donde se prohibió la religión y la vagancia, hasta para los animales. Nadie podía vender nada que no fuera a costa del Estado. No había perros, gatos, iglesias, aviones, coches ni ferrocarriles que contactaran con el exterior.

Acaba de aparecer un libro de Margo Rejmer, Barro más dulce que la miel. Voces de la Albania comunista, que ilustra con testimonios estremecedores las vidas cuajadas de miedo, impotencia y sufrimiento de los albaneses. Por su parte, Hoxha publicó unas memorias en siete mil páginas enaltecedoras de sí mismo. A su muerte en 1985, el régimen se fue agrietando hasta que, en 1991, cayó definitivamente. Nexhmije, la esposa del tirano, fue detenida y en 1993 condenada a nueve años de prisión aunque, muestra de la diferencia de unos sistemas frente a otros, en 1995 fue excarcelada. Con 99 años, murió el 26 de febrero pasado.

Pese a esta historia de horror, a finales de los setenta y primeros de los ochenta del pasado siglo, funcionó en España una Asociación de Amistad España-Albania vinculada al Partido Comunista de España m-l (marxista-leninista), que defendía y se solidarizaba con la práctica del comunismo de Hoxha, frente a otras formas del mismo que, para ellos, se habían ablandado. Por cierto, de dicha asociación formaban parte un par de amigos míos, que no parecían psicópatas, sino gente normal: inteligentes, solidarios, hasta medianamente divertidos. Pero su disentería mental –por más que usual en la época- les llevaba a esta aberración del empecinamiento que no tenía otro fundamento que alinearse con un régimen comunista representante de las más puras esencias estalinistas, que los otros estados del “telón” iban abandonando. Supongo que les parecería ejemplar esa rigidez ideológica aunque en su vida fueran tan tibios como cualquiera.

Querría creer que las formas de extremismos puritanos que hace un tiempo aparecen por doquier, vinculados a ideologías que tienen más que ver con los fanatismos religiosos que con la libertad, dentro de unos años serán vistas con parecida incomprensión a la que otorgamos ahora a aquellos solidarios con la tiranía.

Querría creer pero veo mucho miedo en practicar esa resistencia a la estupidez.