Opinión

La generación campechana, en pantalones de tergal

Los llevaron durante toda su escolarización y tránsito universitario cuando el momento del final de la Dictadura de Franco. La izquierda divina ya se ponía entonces algún escaso vaquero de los de tachuelas doradas en los bolsillos y pespuntes, soñados por el éxodo rural.

La pana de consenso era un término medio bien visto para recibir a Redondo y a Camacho, con uñas mordidas y grasa en las cutículas, brazos como una pierna mía.

Recuerda Sánchez Dragó que si escribe es porque pasó por la cárcel con los privilegios de ser hijo de vencedor de Guerra Civil y que era un lugar interesantísimo. Donde se relacionó y ahora lo menciona en sus memorias, con otros intelectuales entonces marxistas y hoy de pluma futurista que, como él, han hecho el tránsito hasta esta modalidad de liberalismo con vistas a Numancia que tenemos.

No son conscientes de su paso por mamandurrias porque son personajes que no han corrido esa gota de sangre física o moral que no pueda lavar ni un océano, que dice Cartarescu. Ni tenido que pasar por un gélido monasterio o seminario para educarse.

En su cartografía de esa Bucarest careada que no había tenido quien la escribiera, la del puerto y playa de Constanza -Salou del Mar Negro en que los rumanos de familias de interior, en autobuses y como fue mi caso, veían por primera vez el mar como un muro-… También cuando cincela a frase esculpida el mapa de sus propias arrugas como estudiante de familia de bloque socialista y de profesor de primaria sin contactos, Mircea Catarescu escribe por momentos y porque pasaba por allí que quien crea que el uniforme uniformiza está muy equivocado.

Dado que su género solo tiene de uniforme el mismo aspecto reglado externo que su categoría, pero las telas o confección pueden ser desde miserables hasta escogidas cualquiera que sea el régimen que uniformice. El atomismo no los aceptaría como dentro de un orden.

Entonces es que en el momento en que nos encontramos también tiene que haber un cierto glamour en el Covid-19 que es pronto para advertir. De momento parece el de los negacionistas del uso de las mascarillas y su levantamiento Dragon Rapide. Yo creo que está en la decisión libre de ciertas personas de elegir el momento de contagio sin que el sistema público de sanidad y sus estreses vaya con ellos lo más mínimo.

El autor rumano narra que se tiró todo su paso por la universidad vestido de tergal con poca campana y que solo pudo tener medio vaquero –una pernera- vestido de estraperlo. Recuerda la etimología de blue jeans, palabro que tan de moda se puso en mi generación cuando se iniciaron las marcas: pantalón de los genoveses teñido de azul. Inequívoca referencia a la indumentaria de aquel Marlon Brando estibador de puerto.

Me recuerdan los pasajes de su obra a aquel momento en que determinadas madres de lo que empezaba a ser la Huesca vaciada se esforzaban por distinguir a sus vástagos hijos de agricultores, llenándolos de ropa de marca. En esa conversión hacia tractoristas que han tenido, quejándose de abandono del sector con una FIMA de éxito en éxito de ventas por comparación. Se empezó por los Levi’s, se creó la adicción y se sigue ahora con las pick-ups y tractores conectados a satélite. Pura humildad y uniformización a partir de medio millón de euros como condición necesaria y excluyente para vivir en un pueblo. Qué lugar para vivir…

También se halla escrita la novela, con estilo Zola revisado, que describe a través de la vida cotidiana de varios jóvenes la falta o no de oportunidades y supervivencia única de buena parte de ellos a partir de tráficos diversos de la siguiente generación francesa de origen -hija de obreros reconvertidos- y de la segunda de todos los inmigrantes ya no europeos compañeros de los primeros y que residen en los banlieu de esos valles fronteros con Luxemburgo o Bélgica.

De dónde es Zidane o Garuba y por qué selección jugamos. Dónde han pasado la vejez o la pasarán sus padres con una pensión española o francesa es la cuestión. Y la del rebrote.

En el Estado español dichos asentamientos que constituían más de medio Bucarest o Praga se hallan por momentos en los bloques de Delicias de tanto rebrote, en Cogullada, Sestao, Mieres, Ferrol o las Cuencas Mineras turolenses.

Reconversiones patéticas e imposibles de todos los Ayuntamientos de áreas en crisis hacia las economías de servicios, ver hacia dónde conduce esa dependencia en momentos de pandemia, afortunados son los hijos que pueden no ir después de sus padres, que huyen de su paisaje y desesperados quienes se quedan por haber dejado el valle huella en su carne por una pavorosa y dulce sensación de pertenecer.

Una de las escapatorias de la uniformización de tabla rasa de reponedor mal pagado puede ser, Mathieu dixit, ser hija de concejal. Incluso, o mejor, socialista, la generación pérdida de los primeros novios despechados que no van a tener ese vuelo de master en Madrid o París, lo devuelve repartiendo propaganda del Frente Nacional.

Aquí Vox no ha llegado a ese punto de extrarradio de ajo que tanto conoce Trump, pero se ha intentado desde redes sociales y con un discurso dirigido igualmente a desesperados del tipo que en América llaman basura blanca. Esos que siempre llevan en la boca como primera afirmación no presunta lo de que las ayudas, y no citan las pandemias, siempre van para los mismos o serán quienes las propaguen. La gripe es española en un contexto de leyenda negra y tal.

La novelística de Nicolas Mathieu y Édouard Louis pone el acento en el abismo de la no vida sin orgullo de hacer de sus hijos después de ellos, profundiza y señala en  un “yo acuso” a los causantes de las muertes de todos los padres.

Miembros de cualquiera de los partidos del consenso, entonces de pana o tergal y no en vaqueros, que hoy piden la presunción de inocencia para el intocable Borbón en el ejercicio de “su” cargo.

Una de las primeras frases de uno de los libros del segundo despacha en afirmación insuperable que el racismo o la homofobia, o la uniformización aparente sin medios, o la dejación en el control de calidad de las residencias, añado, no son sino la premeditada decisión de todos los sistemas de exponer a determinados colectivos a una muerte en vida.

O administrarles, en los países paternalistas de enseñanza y educación concertada, la doctrina de la predeterminación y la paciencia y resignación si te toca vivir expuesto por decreto y sin que lo notes, pero sí porque tu familia solo es bar y silencio.

Es cierto que el recorte de determinadas prestaciones sociales o sanitarias puede llegar a matar y la mayor parte de a los que las afirmamos o negamos no nos iba, atención al tiempo verbal, de un cambio de gobierno o un recorte de 30 euros arriba o abajo.

No hemos sido conscientes de que esa cantidad o menos sigue siendo un umbral para una familia monoparental o expuesta que impide que muchos componentes, de entre sus hijos después de ellos, tengan otra vida más allá de las broncas en casa o fuera entre cajas de cervezas o asistir a la mezquita de la calle Casta Álvarez desde niños.

Es cierto lo que afirma Cartarescu, no toda familia ni niño está igualmente uniformada en poder dotar de conexión de internet para una clase o dispositivo móvil siquiera de segunda mano a sus hijos para que puedan estar homologados.

Reválida o selectividad, selección de especies o de lo que se trate, determinadas decisiones políticas sí pueden llegar a afectar desde la premeditación inconsciente de los clichés de márquetin político administrados por los que usan del cargo y a mí no me pasa.

La literatura española, escritores autobiográficos y cervantinos, tiene un amplísimo recorrido irónico de puesta en la llaga lazarilla, de renovación desde la observación y la emoción con recuerdo a picor de pantalón de pata de gallo y sueño de Levis o Lee imposibles.  De los que se sujetaban en el suelo.