Opinión

Ludmila, una noche de agosto en el Hotel Corona

Ludmila es un nombre eslavo. Terminando en esa letra, podría ser hasta de hombre pero resulta que no.

También lo portan cubanas, algunas muy relevantes en la vida cultural aragonesa, cuyos padres lo importaron de esa fase en que fueron homo sovieticus negros. Y tenían misiles apuntando a Hemingway cuando no estaba en el Floridita, que era siempre e incluso después de que el Caballo entrara en la Habana.

Svetlana, Lídice –ciudad checa-, Tatiana o Natacha, cómo no Ludmila, nombres portados por mulatas caribeñas de ese lado del telón de la corriente del Golfo. No portados, sin embargo, por vietnamitas ni casi africanas de las de la revolución colonial.

Por eso, esa marca de origen es inusual que denomine a una ecuatoguineana que no llega a los treinta años y que no la usa, para evitar longitud y confusión, que se hace llamar luz. Lo pongo en minúscula para hacerlo más grande.

Tratamos de una licenciada en Derecho que teletrabaja como teleoperadora y a la que su necesidad, y la que fue la mía, obliga a un sustento más fijo que le hipoteca el tiempo para desarrollar su enorme personalidad y talento. Para ser profesional liberal, no ha sido ni es nunca lo de menos que tu familia, hermanos incluidos, te concedan de inicio un cierto colchón económico y de clientes.

Ella no lo tiene, y en una aguda observación de mujer con familia monoparental no perceptora de subsidio ninguno, me citó un día lo que podría llegar a contribuir para hacer una parada y resetear su vida, valer para ser mendicante. Cobrar ayudas como excluida del sistema, del que lo está no técnica pero sí económicamente, como tantos nacionales en su misma situación.

No lo hace, además se entrega al cuidado de su abuela sin ingresos como yo vi hacer a mis padres y tíos. Saca adelante a sus dos hijos y se permite ciertos viajes.

Que esta cría es excepcional y merecería existir, hacer carrera y representarles y representarme como abogada, lo demuestra su último viaje.

Con familia en Barcelona, no le cubicaba multiplicar por tres la cantidad individual democrática que permite el desarrollo del derecho fundamental de libertad de movimientos en España. Para cualquier familia monoparental, empezar un fin de semana con un menos 200 euros significa con alquileres al doble no tener desahogo posible.

Pero su talento hizo que revisara las mayoristas de reservas y se llevara a sus niños a un fascinante viaje. Pasar una noche en el más que legendario, y ella seguro que no sabe por qué, hotel Corona para que los críos disfrutaran de una habitación de ensueño y la piscina que, se conoce, debe haber en la azotea.

Así se fueron a cortar el pelo, se prepararon, cogieron el 35 como si fuera un autobús de lujo de Alsa y, en poco tiempo, vieron la ciudad desde la azotea del hotel. Lo que seguramente es más tierno, bello y satisfactorio que irte a Barcelona o Santander a tarifar inmisericordemente.

Ludmila, como dice el escritor rumano Cartarescu, no es solamente una niña africana universitaria sobresaliente, lo que se ve a simple trato, a la que hacer ninguna excepción. Tampoco ese ser moral que va tirando pero saca con alegría 50 euros y te paga la cerveza, sin que te quede opción más que de mirarla con ternura. Ni siquiera es esa mujer a la que la vida le segara de repente a su bella madre y que ha vivido el confinamiento con el simple dolor de no poder subir a Torrero.

Recordemos a los que no viven con sus abuelos que en agosto han tenido una segunda oportunidad de sacarlos de las residencias, porque es que la primera les llegó de golpe como un sunami.

Ludmila no es una denominación origen, no sería una escritora que solamente publicaría si hablara de Macías o los horrores esporádicos de Obiang… Es una persona que aboga y vive mereciendo una simple pero trucada igualdad de oportunidades y desarrolla los sentimientos.

A ver si del amor, la nostalgia, la soledad o la desolación de perder la vida social solamente puedan escribir los autores de países ricos, y nosotros solo de Franco, la burbuja inmobiliaria y hacer el cine de Martínez Soria y trascender como aragoneses con la imagen del Oregon Televisión comprado por los mass media estatales. Vuelta al paletismo de la tierra noble.

Tú y Ludmila, la que viajó como Ulises y a la que hubieran elegido Homero y Joyce como personaje, afortunadamente sois mucho más que eso, y mucho más que zaragozanos o aragoneses.

Me arrepiento profundamente de haberos estandarizado, error del que me sacaron el pasado fin de semana.