Opinión

La estructura interior de la libertad

Al término de la II Guerra Mundial, la experiencia de sufrimiento y destrucción llevó a una toma de conciencia para evitar en el futuro una tragedia similar. Con esa finalidad nació la Organización de las Naciones Unidas. Hace setenta y cinco años, el 24 de octubre de 1945, 51 Estados firmaron la Carta de San Francisco, acta fundacional de la mayor organización internacional de la historia. Hoy son 193 los miembros de la ONU, a los que se añaden la Organización para la Liberación de Palestina y la Santa Sede como Observadores Permanentes. A comienzos del año 2000 se lanzó un movimiento contra la presencia del Vaticano en ese foro internacional. La Asamblea General zanjó la cuestión mediante la Resolución 58/314. Aprobada por unanimidad, no sólo mantiene el estatus de la Santa Sede, sino que refuerza sus competencias, y reconoce su papel de guía moral.

Muestra de la voluntad por escuchar esa voz de la razón ética fue la invitación a Juan Pablo II para intervenir ante la quincuagésima Asamblea General, como se había hecho con Pablo VI en 1965, y después con Benedicto XVI y Francisco. 25 años después, el discurso de Juan Pablo II en la ONU sobre la libertad de individuos y naciones, con gran impacto en la opinión pública mundial, sigue aportando luz en un mundo revuelto. Pasados unos meses, se organizó en Nueva York un simposio para su estudio. En la apertura de esa jornada, el entonces secretario general de la ONU, Boutros Ghali, calificó las palabras de Wojtyla de análisis político y lección moral, una interpretación de la historia y un mensaje de esperanza al mismo tiempo.

Juan Pablo II tomó como argumento una de las grandes dinámicas de la historia: la búsqueda de la libertad. “En cada rincón de la tierra hombres y mujeres (…) han afrontado el riesgo de la libertad, pidiendo que les fuera reconocido el espacio en la vida social, política y económica que les corresponde por su dignidad” (n. 2). Desde su convicción de que no vivimos en un mundo irracional o sin sentido, invitó a comprender la ‘estructura interior’ de este movimiento planetario, que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos. Libertad “no es simplemente ausencia de tiranía o de opresión, ni licencia para hacer todo lo que se quiera”; tiene una estructura interna que muestra la relación entre libertad y verdad de la persona: “lejos de ser una limitación o una amenaza a la libertad (…) es en realidad la garantía del futuro de la libertad” (n. 12).

La libertad se inscribe en el centro de la existencia humana, también en su dimensión social. Por su concreta historicidad, la naturaleza humana está necesariamente ligada de un modo más intenso ante todo a la familia, y también a otros grupos de pertenencia, hasta el étnico-cultural de la nación. Ahora bien, destacó Wojtyla, si la nación expresa las exigencias de la particularidad, “no es menos importante subrayar las exigencias de la universalidad, expresadas a través de una fuerte conciencia de los deberes de unas naciones con otras, y con la humanidad entera” (n. 8). El primero de todos, vivir con una actitud de paz, respeto y de solidaridad.

Entre libertad y solidaridad hay una mutua implicación. “Impulsado por el ejemplo de cuantos han asumido el riesgo de la libertad, ¿podíamos nosotros no acoger también el riesgo de la solidaridad, y por tanto el riesgo de la paz?” (n. 15). La paz se fundamenta en la relación entre ambos polos, con derechos y deberes mutuos.

Juan Pablo II invitó a mirar el mundo en positivo: “debemos aprender a no tener miedo, recuperando un espíritu de esperanza y confianza (…). No se trata de un vano optimismo, dictado por la confianza ingenua de que el futuro es necesariamente mejor que el pasado, sino la premisa de una actuación responsable, que tiene su apoyo en lo más íntimo de la persona”. Señaló que esperanza y confianza podrían parecer criterios que van más allá de los fines de las Naciones Unidas, pero “las acciones políticas de las naciones, argumento principal de las preocupaciones de vuestra Organización, siempre tienen que ver también con la dimensión trascendente y espiritual de la experiencia humana, y no podrían ignorarla sin perjudicar a la causa del hombre y de la libertad humana” (n. 16). Todo lo que empequeñece a la persona daña la causa de la libertad.

El secretario general de la ONU reconoció la profunda resonancia que el discurso había tenido ‘en su pensamiento’, y también ‘sobre sus acciones’. Pensar y actuar. Veinticinco años después la propuesta del hoy san Juan Pablo II sobre la estructura interior de la libertad sigue siendo actual. Invita a organizar la existencia personal y social tomando siempre como referencia la dignidad de toda persona.