Opinión

El vacío de la Romareda

Mientras se recuperan lentamente espacios culturales, recreativos y la hostelería empieza a salir de un pozo que todavía no ha tocado fondo, las competiciones deportivas en el ámbito profesional están cerradas a cal y canto al público, sin fecha concreta de reapertura progresiva.  Salvo en unos deportes minoritarios, como el voleibol Teruel o el hockey sobre hielo Jaca, los estadios siguen vacíos desde primeros de marzo y presentan un aspecto inhóspito, casi fantasmal. En el caso del Real Zaragoza, esta ausencia de aficionados desde el último partido contra el Deportivo el pasado 23 de febrero ha repercutido de manera importante en los resultados de las últimas jornadas y en el polémico y lamentable playoff de ascenso a primera división.

Pasear por los aledaños de la Romareda en una tarde de fútbol, contemplar el estadio desde una azotea o ver las imágenes de las gradas por televisión nos transmite una sensación agridulce. Por mucho que es esmeren los responsables de megafonía, que adornen los asientos con simulacros de espectadores o animen los pocos jugadores del banquillo, el fútbol en casa sin público se convierte en un sucedáneo, en un deporte descafeinado y casi telemático. Como decía Víctor Fernández al principio de la pandemia: “Jugar sin público carece de sentido, es una falta de respeto”. Y, en el caso del Real Zaragoza, la Romareda sin aficionados ha sido determinante para un final de liga acelerado, improvisado y con muchos contratiempos ajenos al club. Porque, ¿qué habría pasado si los seis últimos partidos de liga se hubieran disfrutado con casi treinta mil aficionados en las gradas? ¿Habría entrado el polémico gol del oscense Galán? ¿Habría intervenido el VAR de manera más equitativa?

Es verdad que en todos los campos de segunda división se disputaron las últimas jornadas sin público en las gradas, pero hay que recordar que la afición del Real Zaragoza es la más numerosa de su categoría y la novena con más público asistente en la temporada 2018-2019 de primera y segunda división. Y esto habría que tenerlo en cuenta de cara a un futuro que, con permiso de la maldita pandemia, nos permita convivir con el virus e intentar poco a poco, siguiendo a rajatabla todas las medidas sanitarias, que el aficionado vuelva a ocupar su asiento y a animar con entusiasmo al equipo de su vida. ¿Cuándo llegará ese momento? Hasta ahora nadie dice nada y todos echan balones fuera. Pero lo que está claro es que, desde hace unas semanas, las terrazas están llenas, los transportes públicos funcionan con normalidad, los cines y teatros han reanudado sus sesiones habituales y los eventos culturales comienzan a programarse.

Mientras tanto, el aficionado se queda en casa, va al bar más cercano o se reúne con los amigos en algún local para ver cómo su equipo ha empezado la liga, qué cambio de timón va a ser el más adecuado y cómo van a responder los nuevos fichajes. Es muy pronto para opinar al respecto. Pero muy pocos han aprobado la venta o cesión de canteranos, la manera en que se ha rescindido el contrato de Kagawa o la continuidad de algunos jugadores que no están para un rendimiento acorde con los nuevos retos del equipo. De momento, el inicio de liga está llenando de dudas y de incertidumbre al aficionado. De momento, solo se han jugado tres jornadas y, a falta de espectáculo, no son malos los resultados del equipo de Baraja. Como dicen algunos exzaragocistas ilustres, habrá que tener paciencia y confiar en la estrategia del nuevo entrenador y en que los nuevos fichajes se acoplen y adquieran el ritmo adecuado. Eso sí, que lleguen pronto los primeros espectadores a las gradas de este estadio histórico.