Opinión

La verdad os hará libres

Un mal, execrable y muy dilatado, que se observa tanto en el ámbito político como en el entorno de los medios de comunicación contemporáneos es, sin temor a equívocos, el de la mentira. A pesar de no ser un vicio novedoso, lo cierto es que en la actualidad se ha convertido en una habitual e indecorosa forma de actuar y, por qué no, en una manera frecuente y frívola de envolver las cosas con el aroma sutil de la hipocresía.

Mentir no solamente es faltar a la verdad, también comprende relativizarla para convertirla, sui generis, como propia, adaptándola dolosamente a nuestras circunstancias y conveniencias más ocultas. El sevillano Antonio Machado, poeta palmario de la generación del 98, del cual dijera Gerardo Diego que “hablaba en verso y vivía en poesía”, nos dejó una obra literaria a caballo entre el compromiso humano y la contemplación existencial. Entre sus numerosos poemas, destacan frases como esta: “¿tu verdad? no, la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. Son bellas y profundas palabras a las que deberíamos prestar atención antes de volcar nuestras diversas opiniones, pues el nivel de confrontación social reinante posiblemente sería menor y la credibilidad de nuestros argumentos se ceñiría más a la honestidad y a la rectitud que al descrédito.

En relación con los medios de comunicación, a los que acertadamente se les denomina el cuarto poder, ciertos periodistas, analistas, tertulianos y columnistas adolecen de un defecto común, que no es otro que valorar los hechos bajo el prisma de una subjetividad enfermiza. A veces se vuelve hasta manipuladora, incluso artera si cabe; eso sí, cuajada de un vertiginoso y saturado flujo de detalles.

Nos acunan con somnolientas tesis y explicaciones simplistas, tóxicas en algunas ocasiones, aferrándose más bien al qué, y reparando brevemente en el porqué y en el para qué. Así huyen del aristotelismo que nos acerca a las causas (aitía) y a los fines (telos) de los acontecimientos. No obstante, faltaría más, hay decentes excepciones que, con humildad y buen hacer, se alejan de la superficialidad tosca y mediocre de aquellos que anegan la lealtad y la sinceridad a base de sus insolencias.

En la arena política, el orgullo y la vanidad han desplazado vehementemente al espíritu de servicio que debiera prevalecer y animar en todo momento el pulso social. Y es aquí donde la mentira junto con el engaño allanan el camino para coronar la cima del poder, llegando a su cénit por medio de la corrupción, del arbitrio y de la degeneración, porque todo es lícito. Actualmente España está devastada, humillada y sometida gracias a un buen elenco de políticos huérfanos de ideales, donde la lenidad pusilánime de unos embravece los ardides retorcidos de otros.

Los políticos pueden y deben opinar en los debates con diversidad de criterio, por supuesto, y expresar sus consideraciones y sus propias convicciones, pero la verdad será siempre única, perenne e inmutable, porque lo que es no puede ser otra cosa diferente, y lo que se promete no debe ser alterado. Quienes defienden abiertamente la verdad, sin aditivos, son tachados de fundamentalistas, incluso de reaccionarios, originándose acres enfrentamientos con la pretensión de doblegarlos en un intento provocador y conducente a la renuncia institucional. Pero aquellos defensores no cejan en la lucha por preservar la autenticidad de las cosas. La práctica habitual de los vicios, triste e incompresiblemente, ha hecho que estos se conviertan en virtudes integrándose en la agenda de la normalidad.

Mahatma Gandhi espetó: “Cuida tus pensamientos porque se volverán en palabras. Cuida tus palabras porque se volverán en actos. Cuida tus actos porque se volverán en hábitos. Cuida tus hábitos porque forjarán tu carácter. Cuida tu carácter porque formará tu destino. Y tu destino será tu vida…”. El contenido de esta máxima nos brinda una gran lección, sin recurrir a interpretación alguna. Además, mentir lleva asociada una cascada de atributos contaminantes tales como la soberbia, la irreverencia, la vanagloria, el egoísmo, la calumnia, la fruición desmedida, los celos y el resentimiento que tanto daño hacen a quienes los practican como a quienes colateralmente los padecen.

Cuando el ser humano quiebra el timón que le guía hacia el modelo referencial que da sentido a su vida y a sus actos donde la razón no alcanza a comprender pero los sentidos lo hacen tangible, entonces no solamente pierde el rumbo de su vida, sino que lo pierde todo. San Pablo, en su carta a los Efesios 4,31-32 nos exhorta de esta manera:”Que desaparezca de entre vosotros toda agresividad, rencor, ira, injurias y toda suerte de maldad. Sed más bien bondadosos y comprensivos los unos con los otros, y perdonaos mutuamente, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo”.

Quizá este pasaje del Nuevo Testamento (el eterno presente), y dada la coyuntura que vivimos, aplicado en cada uno de nosotros, sea el antídoto que nos enmiende y también arranque tanta cizaña sembrada por el mundo. En nuestra voluntad reside poder conseguirlo.