Opinión

La huella luminosa

Francisco Javier Aguirre
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Según estadísticas internacionales de 2018, cada día nacen en el mundo 372.960 personas y mueren 155.520. El crecimiento medio estimado de la población es, por tanto, de 217.440 seres humanos cada jornada. Lamentablemente, este año 2020 van a variar las proporciones. Por una parte, serán más los difuntos en todo el planeta. La pandemia y el envejecimiento de la población occidental, así como la disminución de la natalidad, hacen variar la estadística, sobre todo en el continente europeo.

Hace muy pocos días se ha celebrado en nuestra órbita cultural una festividad de origen religioso destinada a honrar la memoria de los difuntos. La mayoría de la gente pasa por el mundo realizando un discreto papel que no queda registrado en los anales de la Historia. Pero hay personas cuya memoria no se desvanece fácilmente en quienes los hemos conocido y tratado. Son aquellos seres que dejan una huella luminosa, más allá de la simple fama superficial y coyuntural que arrastran quienes, a la postre, terminamos considerando simples “ídolos de barro”.

Cada uno de nosotros ha podido encontrar en su vida a personas de especial relevancia en campos o aspectos que considera valiosos. Hombres y mujeres que han dejado una impronta imborrable por su actividad intelectual o artística, la propia de los seres humanos más desarrollados, e incluso la política, cuando este noble ejercicio se ha dedicado al beneficio común y no al mero lucro personal, familiar o del partido, cosa lamentablemente frecuente en nuestro tiempo.

En las fechas que corren, me acude a la memoria una persona a quien deseo citar con nombre y apellidos: Bernardo Bayona Aznar, fallecido el 6 de noviembre de 2019, hace exactamente un año. Es alguien que ha dejado su huella luminosa entre nosotros, una huella que también puede denominarse estela, porque a través de su existencia navegó a gran altura intelectual y moral. Su ausencia, precipitada por una dolencia terminal, nos ha dejado huérfanos a mucha gente, comenzando por su familia y allegados, pero siguiendo por un amplio núcleo de compañeros y amigos que admiramos y valoramos su trabajo intelectual y su desempeño público representando a Aragón en diferentes estructuras políticas: el Parlamento Europeo, las Cortes Generales y el Senado. Todo ello desde una discreción personal ajena a cualquier espectacularidad vacua, postura muy de agradecer cuando por desgracia la búsqueda del relieve mediático y la altisonancia de quienes pretenden liderar la sociedad es un mal endémico cada vez más extendido entre nuestra clase política.

La auténtica sabiduría camina del brazo de la sencillez, de la humildad, de la tolerancia. Y un sabio humilde y amable como Bernardo Bayona ha dejado para siempre en Aragón y, por donde ha pasado, una huella luminosa.