Opinión

La vida no sigue igual

A estas alturas de este nefasto 2020, y después de ocho meses bajo el yugo de esta terrible pandemia, muy pocos piensan en el pasado y casi nadie hace planes para el futuro a medio o largo plazo. Parafraseando la famosa canción de Julio Iglesias, pero al revés, la vida no sigue por los cauces habituales y la bendita rutina ha quedado sepultada en lo más hondo. Porque, a mediados de junio, ni los más pesimistas se imaginaban que el COVID-19 iba a volver a golpear en pleno verano y se iba a agudizar con la llegada del otoño. En estos momentos, ya iniciado noviembre, –un mes al que le tenemos muy poca simpatía – el escenario en España, en Europa y a nivel mundial es simplemente caótico, por no emplear adjetivos más contundentes.

Llegados a este extremo, con confinamientos locales y autonómicos, las autoridades ya no saben qué hacer. El principal problema y el quebradero de cabeza de los políticos es encontrar un equilibrio entre la atención sanitaria a la miles de contagiados que tienen que ingresar en los hospitales, muchos de ellos en las ucis, y el funcionamiento más o menos garantizado de una economía que está bajo mínimos y que tardará años en salir a flote. No hay que olvidar tampoco el ámbito educativo que, al parecer, se está comportando mucho mejor de lo que auguraban los expertos.

Pero lo peor de todo es que, a fecha de hoy, y después de permanecer confinados en nuestros lugares de residencia durante el puente de Todos los Santos y con las nuevas y recientes restricciones de horarios y de centros comerciales o locales de ocio, el número de contagiados sigue aumentando progresivamente y los hospitales se empiezan a colapsar. Todo ello ante la llegada de los meses más fríos y más desapacibles del año. Por eso, y a pesar de los negacionistas, nadie se quita de la cabeza el fantasma de un nuevo confinamiento domiciliario, que sería la puntilla definitiva para la actividad económica y repercutiría gravemente en la salud psíquica de miles de ciudadanos. Además, a esto se añade otro problema: la incompetencia de los políticos, sus desavenencias y la actitud beligerante que mantienen en el hemiciclo y en sus declaraciones a los medios de comunicación. Porque es una pena que no sean capaces de aparcar por unos meses las diferencias y comenzar de una vez a remar en una sola dirección contra este enemigo común.

Mientras tanto, tendremos que seguir adaptándonos a esta mal llamada “nueva normalidad” –¡menudo eufemismo!– y preocuparnos solo del día a día. Un día a día en el que hay que evitar el miedo compulsivo e inútil, tomar las debidas precauciones y valorar la salud como un bien cada vez más preciado. Eso sí, habrá que dejar de lado, de momento, los planes de futuro, al menos para los próximos seis meses de estado de alarma. Nadie se imaginaba hace ocho meses que este virus, que estaba haciendo estragos en la lejana China, nos amargaría el verano. Y lo que es peor: nos obligará a celebrar unas navidades más hogareñas que nunca y nos mantendrá alejados de la cotidianeidad, sin celebraciones, sin puentes y sin una vida social normalizada, al menos hasta el final de la primavera. Va a ser un largo invierno. Solo la ansiada y esperada vacuna podrá poner fin a esta pesadilla que se está alargando mucho más de lo que pensaban, incluso los más pesimistas.