Opinión

La muerte redentora

Francisco Javier Aguirre
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Todos los humanos tenemos un final. Cuando alguien ha tenido una vida pública notable por algún concepto, a la hora del recuerdo mortuorio olvidamos las sombras, que definitivamente caen sobre el sujeto en cuestión, y encendemos las luces que iluminarán su recuerdo. Así ocurre en nuestra cultura. Pero hay que señalar que la decisión que se toma a este respecto sobre el desaparecido no es unánime. Por lo general, predominan los elementos emocionales sobre los racionales.

Un caso sintomático ha sido la muerte reciente de uno de los futbolistas más cotizados durante el siglo XX, cuyo nombre está en la mente de todos. El mencionado deportista desarrolló su vida entre luces y sombras, como casi todos los humanos. Desató pasiones y aplausos por la excelencia de su actuación en los campos de fútbol, pero al mismo tiempo se granjeó rechazos por su comportamiento en algunos aspectos particularmente sensibles en el tiempo presente, como es el respeto a las mujeres desde un criterio de igualdad. Sin embargo, la prensa y los medios de difusión en su conjunto han obviado esta segunda realidad, y si alguien la ha mencionado, la referencia se ha considerado de mal gusto.

Hay que admitir que los humanos tenemos una condición gregaria que condiciona en buena medida nuestras actitudes y la respuesta ante situaciones críticas. El espectáculo de millares de personas (hay quien ha calculado que hasta un millón) rindiendo un último homenaje a su féretro, es un síntoma claro de que en el juicio colectivo predomina lo emocional sobre lo racional. Sin embargo, el mencionado futbolista, en cuanto a su vida privada, no ha sido un ejemplo para las nuevas generaciones.

La muerte es redentora. Aunque no siempre. Cuando el fallecido es alguien que no ha despertado el fervor popular, por ejemplo un político o un financiero, los medios de comunicación independientes dan la noticia desde un planteamiento mucho más neutro.

El sentimiento de dolor por la pérdida de un ser próximo es hondamente humano. Aunque se conozcan sus errores y sus defectos, la muerte los redime en parte. Es un fenómeno que se da dentro del ámbito familiar. Hay parejas que han vivido a la greña de manera constante, o al menos frecuente, que a la hora de la desaparición de uno de los miembros, el que permanece vivo cambia por completo su percepción hasta extremos increíbles.

La fórmula matrimonial que propone un vínculo ‘hasta que la muerte os separe’, decae en la realidad, porque lo que separa es la vida. Todos hemos podido conocer ejemplos al respecto, casos en que la viuda o el viudo eleva poco menos que a los altares verbales, escritos o materiales al ausente.

Suele decirse que en nuestro país se entierra muy bien a los muertos, pero tras el fenómeno vivido en Argentina hace muy pocos días, hemos de admitir que, además de otros elementos fundamentales como la lengua, nuestras actitudes sociales han arraigado con fuerza allí.