Opinión

Aragoneses napolitanos: Alfonso de Aragón

Antes de morir Maradona, me hallaba sumido en un año napolitano. Como tantos otros, desde que fui muy joven en Interrail a Pompeya, Herculano y la costa amalfitana y paré para verla al bies un día de calor de verano.

No he vuelto pero lo haré en cuando pueda, porque desde su puerto yendo al Castel Aragonese de Ischia o deambulando en la espera por sus calles y patrimonio, me marcó la impronta de esta megalópolis que fue la segunda más poblada del Reino de Aragón en la Baja Edad Media. El honor de encabezar le cupo a Palermo, y luego ya venían por detrás Valencia y Barcelona.

Así que durante el confinamiento, para ver el mar desde mi habitación, releí Gomorra de Saviano -que presenta descripciones de barrios que la Zaragoza o Huesca de los 80 equivaldrían a La Jota, Quinta Julieta, Perpetuo Socorro o la Paz con Oliver y que hoy son ciudades dormitorio abiertas, arboladas y bellas, a diferencia del sur italiano-.

En primavera reprogramaron en la 2 los sábados todo el cine de Paolo Sorrentino: un brillante cineasta copista de Fellini pero con la irónica mirada de mi generación, que borda gracias al enorme actor Servillo, una especie de José María Pou más valorado, esos personajes trepa que la desaparición de la Democracia Cristiana no ha servido para que se extingan y se incorporaron al partido de Berlusconi, como aquí a tantos otros partidos de estado o de estado regional.

Este otoño se ha estrenado la serie con detallada y delicada estética llamada “Los bastardos de Pizzofalcone”, comisaría de la colina del mismo nombre o “Monte de Dio” que domina el puerto y los castillos aragoneses que lo protegieron. La misma presenta unos personajes de inevitable regusto camorrista, junto con una ciudad y policía refinada y sensual, perfectamente bien vestida de modisto. La que vive en esos pisos y quintas con regusto a Pasolini y a las atmósferas del furioso Tintoretto.

Porque el sur de Italia, como Valencia y menos que Palma, es barroco. Del mismo modo que el resto de la Corona excepto Aragón oriental, es gótico con toques de lonja renacentista.

Muerto el Diego, Nápoles ha vuelto a su condición y adquirido voluntario protagonismo como “Villa Fiorito” europea que esta magnífica urbe también es pero no solo.

Que el sur y Teruel también existan, no deja de convenir para negociar o para mendigar obra pública.

Los santuarios y murales en sus calles han relacionado a Maradona con Caruso como principal exponente de dios de altar pagano. El campo de fútbol municipal cercano a Posilipo llevará su nombre.

Nápoles, por el contrario, cuenta con un tercer y cuarto grandes hombres con mayúscula relacionados con Aragón, porque a Maradona yo lo vi en la esquina de infantiles cuando Víctor Muñoz asustaba a la carrera en los balones divididos. Y jugando contra Valdano, llegado del Alavés, al que se le echa de menos como zaragocista que es lo que era, como Robinson siguió siendo.

Uno de los más influyentes napolitanos aragoneses fue el mejor monarca borbón del Reino de España, Carlos VII de Nápoles y Sicilia, aquí denominado Carlos III, que ensayó una arquitectura farnesiana que la llenó de imponentes monumentos como el Teatro de San Carlos o su palacio real en la cercana Caserta. De la misma calidad, sembró de edificios monumentales el Prado y Buen Retiro madrileños, de edificios públicos de capital y corte.

La familia Pignatelli erigió una villa neoclásica en el paseo marítimo de la capital que puede que sea la más bella de toda Italia. La importancia de una de las ramas de esta familia, la del cuñado del Conde de Aranda, en la historia de Zaragoza y el impulso del monarca a la llegada del Canal Imperial a Zaragoza fueron más que relevantes para producir, beber e industrializar la ciudad cruce de caminos.

Otro de los mejores monarcas de la casa Aragón que se enamoró de Nápoles fue Alfonso V, el Magnánimo, que murió mirando al Vesubio.

Su legado queda en edificios renacentistas como las lonjas de Valencia, Palma o Zaragoza; en la introducción del Renacimiento en la Península desde Nápoles.

Alfonso estuvo viviendo en el castillo nuevo que remodeló el arquitecto palmesano Sagrera y que domina el golfo de la ciudad. El arco de triunfo o “Puerta Aragona” es un friso imponente que conmemora la anexión del reino de Nápoles a la Corona aragonesa. Su actuación recuerda formalmente a la planta y acabado del castillo de Bellver, de curiosa planta circular.

Ahora que solo quedan los rescoldos de la muerte del profeta de las villas, nos queda esa relación que parece que neguemos con un conjunto de ciudades con las que Zaragoza comparte modelo y civilización, que quizás echen de menos una asociación como la que existe con Toulouse, que revitalicen las relaciones que se perciben latentes en arte y gastronomía.