Francisco Javier Aguirre FRANCISCO JAVIER AGUIRRE, Escritor.


Una buena amiga, psicóloga y psicoterapeuta, acaba de publicar un artículo en el que reivindica los derechos de la mujer en todos los órdenes, añadiendo un amplio apéndice con los nombres y labores destacadas de muchas de ellas, desde la Edad Media hasta nuestros días.

Todas las reivindicaciones que propone son justas. Aunque la situación de la mujer ha ido mejorando en determinados aspectos, aún queda mucho por hacer, tanto en nuestro país, como principalmente en aquellos en los que imperan la incultura, él fanatismo religioso o la tiranía política. Concluye el desarrollo de sus planteamientos diciendo que ‘al final todo es cuestión de educación’.

Nadie puede negar la importancia y la necesidad de la educación a todas las edades y en todos los niveles. Educación es un concepto bastante más amplio y profundo que el de enseñanza. La educación se consigue a través de la familia, de los centros educativos, de la reflexión propia y del ambiente que se frecuenta. Pero por muy buenos que sean todos los factores anteriores, por muy controlados que estén, hay uno que se escapa a cualquier control: la neurobiología propia.

La neurobiología es el estudio de las células del sistema nervioso y la organización de las mismas dentro de circuitos funcionales que procesan la información y median en el comportamiento. Atendamos a la última parte de esta definición que puede encontrarse en cualquier manual: la neurobiología media en el comportamiento humano.

La situación es clara: dos individuos nacidos en la misma familia, de capacidad personal semejante, que han recibido idéntica formación y frecuentado los mismos ambientes pueden actuar de forma totalmente distinta porque su neurobiología está diferenciada y hoy por hoy es incontrolable. De manera que la educación no es la panacea, como habitualmente se pretende.

Un profesor de enseñanzas medias de cierto predicamento en los medios de comunicación repite machaconamente: educación, educación, educación. Ninguna de sus tres propuestas sobra, pero falta el elemento que acabamos de señalar, contar con la neurobiología del individuo.

Suponemos que la mayor parte de nuestros jóvenes de nivel social medio han recibido la misma educación y proceden de familias en la las que se les ha inculcado valores y sentimientos de solidaridad. Sin embargo, a la hora de la atención a las instrucciones públicas sobre los riesgos de contagio en las fiestas y aglomeraciones sin control, por ejemplo, habrán sido pocos quienes han resistido la presión del ‘efecto rebaño’, que se ha citado en esta sección en algunas ocasiones. Su neurobiología ha tenido más fuerza que todos los criterios, conceptos, reflexiones y decisiones tomadas en el ámbito familiar y educativo.

Y pasando al terreno del comportamiento personal, al margen del gregarismo aludido, también ha de tenerse en cuenta a la hora de valorar a los individuos ese factor neurobiológico que les domina. El análisis social del comportamiento, e incluso la aplicación de la justicia, deben avanzar en ese campo.

Un delincuente no es lo mismo que otro delincuente, aunque procedan de un ambiente homogéneo y su delito sea equiparable. Y evidentemente, sin descender al territorio penal, tampoco pueden juzgarse del mismo modo comportamientos personales desconociendo el factor neurobiológico del individuo.

Aún nos queda mucho por aprender, y sobre todo por aplicar, en este sentido. Por desgracia, no todo es cuestión de educación.

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