JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ VAL, Director de Martínez-Val Abogados.
Partiendo de la base de que la corrupción es algo que existe en la naturaleza del ser humano y, por ello, es tontería hacer planes para acabar con ella (sí, tratar de rebajarla lo máximo posible) no sé si alguna vez habrán pensado por qué hay diferentes niveles, formas, manifestaciones y rechazos sociales de la corrupción política a lo largo del orbe. Yo el otro día reflexioné al respecto (y no pasa nada si no lo han hecho ustedes, es lo normal) y rápidamente llegué a una conclusión primaria: el nivel de corrupción política, su alcance, penetración y reproche en una sociedad, es directamente inversa al nivel de desarrollo económico de esta. Y tiene su lógica.
En sociedades donde existe un desarrollo económico importante y una estructura social basada más en la persona (individualmente considerada, no en la persona como parte de un rebaño) y en el sector, iniciativa y actividad privada productiva, en constante innovación y en un régimen de competencia sin una alta intervención del Estado, habrá, en muchos sectores, multitud de empresas potentes y, consecuentemente, existirá mucha oferta de trabajo (cualificado o no) con lo que aparte de existir salarios más altos, la gente no necesitará lo público y el chanchullo para vivir, prosperar y/o enriquecerse; algo obvio si lo piensan pues a mayor número de empresas, mayor necesidad de trabajadores y con ello mayor posibilidad de exigir y recibir sueldos más altos al haber un mercado laboral competitivo donde las empresas pagan bien a sus empleados pues si no trabajarán mal y/o se irán a otras compañías, lo que fomenta a su vez trabajadores más motivados y productivos al ver que son recompensados y tienen posibilidades de prosperar y ascender en su profesión.
Por el contrario, en sociedades (la inmensa mayoría) donde no existe esta pujanza del mundo privado (y cuanta menos, peor es la corrupción), no hay una economía productiva potente y hay, en general, pocas empresas y/o pequeñas, la gente necesita y busca lo público ya sea para tener una estabilidad y un sueldo fijo, para conseguir negocio o para enriquecerse (cada uno según sus objetivos y aspiraciones). Y esto, ¿qué conlleva? Un círculo vicioso (que se retroalimenta y agrava progresivamente) de poca actividad económica centrada normalmente en sectores básicos y “sencillos” como el primario, construcción y turismo, poca recaudación de impuestos y empleo escaso y precario, con condiciones penosas y salarios bajos, lo que lleva a que mucha gente con ambición se apoye en lo público para prosperar y enriquecerse, lo que ahoga y desincentiva la iniciativa privada y fomenta quela corrupción se extienda y generalice, convirtiéndose en estructural, creándose una casta de dirigentes que, junto con sus compinches del mundo público y privado, controlan los poderes públicos, los medios de comunicación y mantienen con mano férrea ese sistema económico corrupto en el que solo funcionan y se enriquecen las empresas de los amigachos del poder y donde el resto, la plebe, se debe conformar con una paguica pública y/o bajos sueldos o facturación (porque no se produce en el mundo privado para más); en definitiva, una vida precaria fomentada y alimentada por unos políticos que quieren seguir siendo casta dominante, y que nos engañan asegurando que pelean por nuestros derechos y subsistencia pero que no hacen más que tirar a la basura los escasos recursos públicos existentes y tensionar todavía más un sistema económico precario (por ejemplo, subiendo por decretos y de modo artificial el SMI). Y ahí estamos.