Opinión

Una vacuna emocional

Estamos en días en los que solo se habla de vacunas. Que si la de Pfizer, que la de Moderna. Que si me la pongo, que si no me atrevo no vaya a ser que entonces me coja la enfermedad. Que si van primero unos, o que cuándo me tocará a mí. Vamos, ¡un sinvivir!
Estos días he andado dando conferencias y cursos sobre inteligencia emocional y entre todos hemos coincidido que la única vacuna que depende de nosotros es la vacuna emocional, la resiliencia.

La resiliencia es un término que la psicología ha tomado de la física. Resiliencia es la capacidad de determinados materiales de volver a su forma primitiva después de haber sufrido una gran presión. El término, traducido a la psicología, sería la capacidad de las personas de volver a un estado de ánimo positivo después de haber sufrido una fuerte presión emocional como una enfermedad grave, la pérdida de un ser querido al que no has podido enterrar, o un problema económico grave al ser despedido de tu puesto de trabajo por una reducción de plantilla fruto de una merma en la demanda.

Se atribuye a Ghandi la frase “El dolor es inevitable, el sufrimiento, sí”. Por su parte, Boris Cyrulnik, una persona que sufrió en sus carnes estar encerrado en un campo de concentración y que es llamado el psiquiatra de la esperanza, nos dice que aquellas personas que no habían planificado un futuro, que creían que no iban a salir de allí tuvieron menos oportunidades de sobrevivir. El dolor es inevitable, pero no lo es el sufrimiento. El sufrimiento es padecer por las cosas que nos pasan. Cuando nos pasa algo muy negativo, nos dicen los científicos de la psicología positiva, que en lugar de centrar nuestra atención en ello deberíamos hacer varias cosas. Primero, resignarnos ya que el ser humano está sujeto al dolor, a la enfermedad, a la dependencia y a la muerte. Segundo, aceptar esa realidad disfrutando de forma positiva del resto de las cosas que tienes positivas; por ejemplo, cuando pierdes un ojo por una retinopatía, puedes pensar la cantidad de cosas que puedes hacer con la visión del otro ojo. Tercero, planificar acciones a corto y medio plazo que den sentido a tu vida; a medio plazo puede ser estudiar una carrera o terminar la casa que tienes en el pueblo; pero, a corto plazo, que es lo que vas a hacer al terminar de leer este artículo para conseguir eso que te has propuesto. Cuarto, no quedarte solo rumiando tus malos pensamientos que te van a llevar a la depresión a través del aislamiento. Júntate con otras personas cercanas, familia y amigos, pero también lejanas en las actividades sociales que nos deje la pandemia.

De nada nos va a servir una vacuna que nos prevenga de esta enfermedad, que nos devuelva la libertad que antes teníamos, si no tenemos un proyecto a realizar y unas personas con las que compartir. Los seres humanos somos más desarrollados que los pájaros y, sin embargo, no podemos volar, y nadie está triste por ello. Las personas tendríamos que aceptar nuestra condición humana, tener un propósito en la vida y rodearnos de otras personas positivas y optimistas. ¡Ah! Y no olvides… la mejor vacuna no la elabora ningún laboratorio, ¡la mejor vacuna, la vacuna emocional, la fabricas tú!