Opinión

Otro modo de entender la política

“Supongo que no me han elegido presidente para que yo también les mienta”. Habían pasado sólo unas semanas desde la Revolución de Terciopelo, y el dramaturgo Vaclav Havel, nombrado presidente, se dirigía por primera vez a sus conciudadanos. Quizá por el contraste con los recientes mensajes políticos de fin de año, he vuelto a leer tres décadas después aquel discurso del 1 enero 1990: todo un programa, sincero y valiente, para la regeneración. Dejando atrás décadas de totalitarismo, subrayaba que la mentira nunca más podría ser una estrategia de gobierno; la vida pública necesitaba recuperar la dimensión moral; cada ciudadano debía asumir su parte de responsabilidad en la situación heredada, sin excusarse en culpas ajenas. Recién conquistada la libertad, era el momento de la responsabilidad, y el principal activo para hacer un país mejor radicaba en las cualidades, personales y sociales, de cada ciudadano. La mejora colectiva debía proceder del estímulo de las conductas individuales. Havel optó por un liderazgo incluyente, primero al frente de Checoslovaquia (1989-1992) y, desde la división del país, como presidente de la República Checa (1993-2003).

Hostigado con dureza por el régimen comunista, y encarcelado en numerosas ocasiones por su defensa de los derechos humanos, el nuevo presidente denunciaba la principal carencia de la sociedad: “Vivimos en un ambiente moral depravado. Estamos moralmente enfermos, pues nos hemos acostumbrado a decir una cosa cuando pensamos otra diferente. Hemos aprendido a no creer en nada, a no prestar atención a los demás y a ocuparnos solamente del interés propio”.

Se imponía recuperar el significado genuino de los valores sociales. “Nociones como amor, amistad, misericordia, humildad o perdón han perdido su profundidad y su dimensión, y para muchos de nosotros se trata solo de peculiaridades psicológicas, o de recuerdos perdidos de tiempos lejanos”. Cada uno debía sentirse responsable de cambiar la sociedad: “Sería una imprudencia considerar la triste herencia como algo ajeno… Al contrario, debemos aceptarla como algo que nos pertenece a nosotros mismos… Sería imposible culpar únicamente a los gobernantes anteriores, no sólo porque esa actitud no respondía a la verdad, sino también porque así se podría debilitar el sentido del deber”.

En ese panorama ofrecía una visión confiada del futuro. Había motivos para la esperanza: “en primer lugar, el hombre nunca es un simple producto del mundo exterior, sino que es capaz de elevarse hacia algo superior, por más que el mundo exterior intente aniquilar en él esa capacidad; en segundo lugar, la circunstancia de que las tradiciones humanísticas y democráticas –de las que hemos hablado tantas veces en vano– dormitaban en algún lugar del subconsciente (…) para que cada uno de nosotros volviera a descubrirlas en el momento oportuno, y las hiciera realidad”. Estaba convencido de que la persona humana encierra en sí un potencial capaz de transformar la sociedad.

El intelectual checo entendió siempre las tareas públicas como “manifestación del deseo de contribuir a la felicidad, y no una fórmula para engañar o ultrajar a la comunidad”. No estaba de acuerdo con una política reducida al ‘arte de lo posible’, “especialmente cuando se piensa en especulaciones, cálculos, intrigas, acuerdos secretos y maniobras pragmáticas”, sino que debía ser un ‘arte de lo imposible’: “de mejorar el mundo, y de mejorarnos a nosotros mismos”. Es en el interior de cada uno donde se libran los principales combates: “la indiferencia ante los asuntos públicos, la vanidad, la ambición, el egoísmo, las pretensiones y las rivalidades personales”.

Havel se refería a los comicios que se iban a celebrar meses después: “Nos esperan elecciones libres y, por lo tanto, enfrentamientos preelectorales. No permitamos que ensucien la, hasta ahora, limpia cara de nuestra revolución”. Debían estar alerta y evitar que, “bajo el noble manto del anhelo de servir a la causa pública, vuelva a florecer el deseo de servirse exclusivamente a uno mismo”. Era importante que triunfasen “aquellos ciudadanos, políticos o profesionales que moralmente sean más aptos”, sin tener en cuenta su filiación. Estaba convencido de que el prestigio del Estado naciente iba a depender “de las personas que propongamos y posteriormente elijamos” para dirigir a sociedad.

Al releer el libro ‘Discursos Políticos’, dedicado por Vaclav Havel con su firma y el dibujo de un corazón, he vuelto a encontrar reflexiones muy actuales: “Deseo ser un presidente que hable menos y que trabaje más. Un presidente que no sólo sepa mirar por las ventanillas de su avión, sino también –y esto es lo principal– que esté permanentemente presente entre sus compatriotas, y los sepa escuchar” (p. 37). El mensaje termina con un sueño: “Una República independiente, libre, democrática (…) que sirva al hombre, y por ello puede esperar que el hombre le sirva a ella (…) una República de hombres cultos, ya que sin ellos no sería posible resolver ni uno solo de nuestros problemas humanos, económicos, ecológicos, sociales y políticos”. Fue un discurso de año nuevo distinto, como también lo fue su modo de entender la política.