Opinión

Ya vale

Sincera e humildemente, de verdad que no sé dónde están algunas cabezas o si solamente sirven para llevar sombreros, gorras, lazos, pañuelos, horquillas, pasadores, tocados, pelos teñidos, rastas, trencitas, peinados e incluso ni eso.

Hay gente inconsecuente e irremediablemente insolidaria que por culpa de su maldito comportamiento está dando cabida a que el virus que nos está destrozando avance sin piedad, además de propagarse con una vertiginosidad tal que da pavor.

La palabra aberrancia queda corta. Los sanitarios jugándose la vida, los contagios aumentando que da disgusto, y la mayoría de la población en vilo: quienes tomamos todas las medidas y nos aguantamos de juntadas o fiestas -que ya tendrán ocasión alguna vez de darse, vamos digo yo-. Pues a este paso vamos a llevar la mascarilla hasta para ir al cuarto de baño, encima para tiempos largos.

Por unos pocos, ellos mismos y todos los demás en riesgo por el coronavirus. Los meses pasan implacables, pero no es que dé lo mismo, sino que ni se paran a hacer un alto en el camino en cuanto a tomarse las cosas en serio, tal y como debe ser. Perdón, sí que hacen paradas, pero para sus festejos y despilfarrancias, sean más, menos o nada conocidos y/o famosos. Lo que he querido decir es que el pensamiento les vuela en la oquedad de unas testas regadas con la permisividad de los actos individuales que cualquiera poseemos para hacer uso o no de ellos, teniendo en cuenta las circunstancias y/o mejores momentos. Y lo gordo es que tampoco hay quien los pare, ni a ellos ni a sus actividades.

Aparte del Covid-19 hay otras enfermedades de siempre que están ahí y a cuyos pacientes se les trata menos ante la prioridad de este nuevo virus. Los espacios escasean, médicos y enfermeras y enfermeros están a tope, cansados, agotados, extenuados. Familias destrozadas y muchas veces ni una despedida por pantalla si quiera.

Las vacunas ahí, apenas sin ponerse. Y los cuatro de la guitarra lanzando con sus arcos un negro futuro repleto de flechas envenenadas, echados a la aventura de a ver qué y cuántos aumentos de casos siguen a los que ya tenemos. Oscura ventura y nada de gracia.

Queremos vivir y volver a la normalidad que ya teníamos. Sin embargo, los descalabres continúan. Habrá que adoptar medidas que hagan pupa al bolsillo o qué. Venga a llevar el tapabocas incluso en paseos en los que estamos a varios metros de distancia, y de lo contrario multa; y, sin embargo, para los que están contribuyendo a la tragedia rositas limpias y fragantes. No pasa nada. Ya nos pinchamos con las espinas los que faltamos de nombrar.

Por mucho que nos vacunen, -y menudo ritmo llevan-, será necesario mantener la cordura precaviendo costumbres, modificando el curso de las masas tocantes etc. Probablemente ya no serán posibles aglomeraciones elevadas a la enésima. Y a lo mejor sacar lustre a la propia limpieza sea una exigencia, así como la de ventilaciones más frecuentes que las de antaño.

En fin. Cuando en Aragón íbamos tan bien; este verano hubo una bajada que para qué. Primero me cabreé descomunalmente casi, por mí y por todos. Y de seguido me vino un bajón del que todavía soy presa.

Ojalá a alguien con poder en el asunto se le encienda la bombilla de la valentía y empiece a repartir a diestro y siniestro con respecto a los inconscientes.