JOSÉ LUIS LABAT, Periodista.


No sea cosa que me quede varado cual barco en la fila, a la espera de terrenos expeditos, en medio de ese turno de impaciencia que preside este presente que nos ha tocado en suerte. Ya me ocurría algo así en determinados puestos del mercado, en mi más tierna infancia, cuando se me encargaba la compra. Y como fuera que me daba vergüenza decir aquello de “quién es el último, por favor”, pues allí que pasaba yo mi buen rato de espera.

Recuerdo que, en cierta ocasión, y por eso habré conservado viva la anécdota en mi memoria, una de las personas que atendía el puesto de la pollería salió en mi defensa cuando le afeó a otro cliente que se me estaba adelantando de forma nada ortodoxa. Ni qué decir tiene que me sentí reivindicado y defendido. A la par que comprendido, y por qué no decirlo también, valorado.

Con posterioridad llegó la moda de los papelitos para los turnos. Todo se hizo más fácil para mí. Aunque siempre hay quien se las apaña para montar algún que otro fregado. Ya sea por olvido, o porque hay personal también así, amante de la disputa.

No es mi caso. Cedo gustoso el puesto y espero, en caso de atasco. Pero con los años, y la experiencia de la vida, he aprendido a pedir la vez. Es una forma de manifestar respeto hacia los que también esperan, y de facilitar el trabajo de quienes nos atienden en cualquier puesto o nos tienen que proporcionar el servicio que sea.

También para la publicación de estas líneas que, espero, disfrutes. Esta tribuna de Aragón Digital tiene muchos pretendientes. Así que pido la vez, a ver si me toca el turno y el director es benévolo con mi solicitud. Y como hace ya unos turnos que he permanecido, nuevamente, silente a mi pesar, me siento afortunado de escribir estas letras, algún mes después de cuando hubiera pensado.

No es que haya muchas novedades que contar. Seguimos inmersos en esta página oscura de la historia. Una que ya no veremos ni estudiaremos en los libros, sino que nos ha correspondido vivir en primera línea y protagonizarla de alguna manera.

Casi produce cierto reparo hablar de futuro, cuando preocupa y agobia tanto el presente. Pero, sin embargo, es el presente la clave para esperar el futuro. De cómo reaccionamos o nos enfrentamos a esta situación malhadada podemos colegir escenarios futuros posibles. Y lo que es más apasionante, realizables. En eso consiste la esperanza.

Fuera de utopías cojas, la esperanza constituye, efectivamente, uno de los bagajes imprescindibles para quien se plantea construir un mundo a la altura de quienes lo habitan. Que haga de ellos personas reconocidas en su dignidad, en sus derechos y en su libertad. El resto ya irá por añadidura. Pero lo fundamental, primero.

Y es en lo fundante donde hemos perdido fuelle. Y también altura y profundidad. Nos toca recuperarlos, si es que soñamos con un futuro realmente a la altura.

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