Opinión

Etiquetas políticas

Hace pocos días tuve ocasión de decírselo a la portavoz de uno de los grupos municipales de izquierdas en el Ayuntamiento de Zaragoza: “Ustedes no critican a VOX, sino a la caricatura que quieren hacer creer que somos, y no somos.” Para construir esa caricatura necesitan, obviamente, atribuirnos frases que nunca hemos dicho y propósitos que no tenemos. Pero despegarse de una etiqueta política es tan difícil como librarse de un estigma. Ahí tenemos a esos medios de comunicación empeñados en definirnos de extrema derecha, pese a nuestro esfuerzo diario en formular propuestas razonables, sensatas y en absoluto extremistas o, mucho menos, disparatadas. Nuestras propuestas son idénticas a las que rigen en el ordenamiento jurídico de muchos de los países de nuestro entorno, de los que nadie pone en duda su legitimidad democrática y a los que incluso, en muchos casos, envidiamos por su racionalidad. Y nunca hemos protagonizado tampoco ningún acto violento ni hemos incitado a ellos; antes bien, los sufrimos sistemáticamente. La virulencia de los ataques que recibimos no tienen otro motivo que la falta de costumbre de la izquierda española a que alguien se atreva, por fin, a negarles su pretendida superioridad moral: la famosa batalla cultural que la izquierda llevaba cuarenta años ganando por el simple desistimiento de la única derecha existente hasta ahora.

Pero la evidencia es que crecemos, porque poco a poco estas verdades van calando. Y los datos demoscópicos que se van conociendo a raíz de los sucesivos procesos electorales revelan precisamente esas verdades. Recientes estudios realizados por el INE y el correspondiente organismo estadístico catalán demuestran que el electorado de VOX se reparte uniformemente entre todos los estratos de renta de la población, desde las rentas más bajas a las más altas, con el sorprendente resultado de que somos el partido, de todos los que concurrieron a las elecciones catalanas, con el mayor porcentaje de votantes de rentas bajas, más que los propios partidos de izquierdas. Hoy y cada vez más, los trabajadores y desfavorecidos se han percatado de que los pretendidos partidos de izquierdas han dejado de representarles, volcados como están en las causas de moda (feminismo, ecologismo, derechos sexuales, emergencia climática e identidades nacionalistas). El caso de aquel famoso obrero del “Pladur” que votaba a VOX no es precisamente anecdótico, sino muy frecuente.

Caso aparte son los datos demoscópicos de los votantes de los partidos separatistas radicales, que también dicen ser, además, de izquierdas. El 63% de los votantes de la CUP tienen renta media-alta o alta, frente a un 50% de los de VOX. En el caso de ERC los votantes de esa extracción social representan el 59% y en el caso de Junts per Cat se elevan al 66%. El separatismo se alimenta precisamente de los votantes de rentas altas, como expresión, quizás, de su insolidaridad, perfectamente previsible. Con toda evidencia quieren librarse del lastre que creen que suponen para ellos las regiones con menor nivel de renta, después de haberse aprovechado para su desarrollo de la mano de obra inmigrante y de su mercado interior. Pero no debemos olvidar que hoy la izquierda gobierna en España con esos apoyos.

Pero, en definitiva, decimos la verdad, y lo que perturba es que la decimos sin complejos, frente a la censura de lo políticamente correcto que tan buenos resultados le ha dado a la izquierda todos estos años. No están acostumbrados. Y es eso lo que nos hace crecer. Como decía uno de los protagonistas de una película (La intérprete): “…aunque sea un susurro, hasta el murmullo más leve silenciaría a un ejército cuando dice la verdad.” Por tanto, seguiremos diciéndola.