Opinión

¿Héroes en el olvido? ¡Jamás!

Tristemente, hay personajes aragoneses que caen en el olvido cuando el devenir del tiempo borra sus huellas en la Historia, en la que solo permanecen, por azares del destino, los nombres, vivencias y obras de unos pocos. Por eso, en estas líneas, quisiera romper una lanza en favor de un desconocido (para la actual mayoría de personas), pero importante, personaje fallecido hace ahora 200 años, en concreto un 14 de febrero de 1821. De un ilustre benasqués que dejó su sangre en la defensa de la Zaragoza sitiada, de un aragonés que, a lo largo de su vida, alcanzó altos cargos en el Gobierno de España.

Me refiero a D. Antonio Cornel y Ferraz. Haciendo un excursus, le sonará a usted, estimado lector, lo de “Ferraz”, esa famosa calle madrileña donde –desde 1982- tiene su sede el PSOE. Tiene que ver (en parte) con nuestro personaje, pues ese Ferraz se refiere a su sobrino, D. Valentín Ferraz y Barrau que, aragonés como D. Antonio, también participó en Los Sitios y desempeñó varios cargos en la capital del Reino entre 1840 y 1857: presidente del Consejo de Ministros, ministro de la guerra y alcalde; en reconocimiento a su labor, se le dedicó -aún vivo- esa calle en 1865.

D. Antonio Cornel y Ferraz nació en Benasque un 31 de enero de 1745, hijo de los señores de la casa de Anciles, descendientes de la ilustrísima familia de los Corneles. Cuando contaba 21 años de edad, ingresó como cadete del Regimiento de Infantería Galicia; y siendo ya capitán de dicho cuerpo y ayudante de campo del famoso Conde de Aranda, tomó el hábito de la Orden y Caballería de Santiago. Fue ascendido a brigadier en 1792 y, tras la campaña del Rosellón, el General Ricardos le recomendó para su ascenso a mariscal de campo.

El 19 de marzo de 1795 fue nombrado gobernador de Lérida; al año siguiente fue promovido al cargo de capitán general interino de Mallorca y presidente de su Real Audiencia. En 1798 obtuvo el mando militar del Reino de Valencia, destino que dejó por promoción a la Capitanía General de Cataluña con la presidencia de su Audiencia Real, cargo que le duró pocos meses, pues fue llamado a la Corte por Carlos IV que le encomendó el Ministerio de la Guerra.

A primeros de mayo, Cornel viaja a Zaragoza a tiempo de contribuir al glorioso alzamiento del día 24. Acompañó a Palafox en la triste jornada de Alagón, cuyo fracaso era de prever; Cornel, con más experiencia, había aconsejado a Palafox detenerse en Casetas, en vez de avanzar hasta Alagón, ya que la posición era más ventajosa y fácil y segura la retirada.

Concurrió a todo el Primer Sitio durante el cual ejerció el cargo de vicepresidente de la Junta Suprema gubernativa del Reino, que le fue conferido por las Cortes de Aragón; y también fue vicepresidente de la Junta militar y de la de fortificación, a cuyas tareas auxilió con el bagaje de su experiencia. Abandonó Zaragoza para dirigirse a Sevilla reclamado por la Junta Central Suprema que le encargó desempeñar, nuevamente, el Ministerio de la Guerra hasta su desaparición, en 1811.

Como nota anecdótica hay que destacar que allí, en la capital hispalense, como ministro, refrendó el Real Despacho de subteniente de Infantería, con sueldo, en favor de una tal Agustina Zaragoza Doménech, con fecha 1 de septiembre de 1809. Terminada la guerra y enfermo, acabó sus días retirado en Valencia, donde era querido y respetado.

Sus restos descansan en el panteón de sus sobrinos, los señores Ferraz y Azcón, en un sepulcro con un epitafio en el que se puede leer: “Aquí yace el Excmo. Señor Don Antonio Cornel y Ferraz, Teniente General de los Ejércitos nacionales, natural de Benasque, caballero comendador en la Orden militar de Santiago, Gran Cruz de la de San Hermenegildo, Capitán General que fue en las provincias de Mallorca, Valencia y Cataluña; Secretario de Estado y del despacho de la guerra en dos épocas y finalmente Consejero de Estado. Murió el día 14 de febrero de 1821, a los 74 años de edad. Rogad a Dios por su alma”. Falleció, pues, en el día de San Valentín, Patrón de los enamorados; un amor que, en su caso, se trocó en tragedia.

Siendo capitán y muy joven, tenía concertado matrimonio con una hermosa y distinguida dama de Zaragoza, que tuvo la mala fortuna de perecer en el pavoroso incendio del Teatro Principal, el 15 de noviembre de 1778. Esta catástrofe causó una pena tan profunda y duradera que jamás pensó en otro enlace. Se consideró viudo y conservó la fidelidad del afecto a su prometida hasta la muerte.

La Asociación Cultural Los Sitios de Zaragoza, a la que me honro en pertenecer, conmemorará esta efeméride con un acto en su memoria en su Benasque natal, tan pronto como esta situación que padecemos lo permita.

He de dar las gracias a D. Gonzalo Aguado, presidente de la Asociación Cultural Los Sitios de Zaragoza, quien me ha facilitado muchos de los datos históricos que aquí se relatan.