Opinión

El ministerio de la soledad

El Gobierno central, al inicio de su actual Legislatura, amplió el número de ministerios acomodándolos, al parecer, a un conjunto de obsesiones mediáticas, beligerantes e ideológicas, lo que ha supuesto -con la que está cayendo- un sobrecoste adicional quizá inoportuno. Al hilo de incrementar ministerios para cubrir necesidades, el Gobierno en cuestión,  no ha sabido o no ha querido darse cuenta de la existencia de sectores poblacionales vulnerables donde actúa una pandemia sigilosa pero latente, que causa trágicamente muertes susceptibles de no acontecer: la soledad.

La alarma generada por los fallecimientos causados por la Covid-19 ha centrado la atención en combatirla a todo trance. No obstante, ha soslayado el cuidado sobre otra “pandemia social”, no infecciosa, a la que quizá ya estemos mal acostumbrados. Esta no procede de virus alguno, pero es altamente letal, alimentada en no pocas ocasiones por una concomitante indiferencia y por un sempiterno individualismo. Nos referimos a las muertes que provoca la soledad en seres humanos que son víctimas del abandono social abocándose, a la sazón, a la drogadicción, al aborto, a las circunstancias que rodean a los “sin techo” o al suicidio.

Por tal motivo, cada día mueren personas anónimamente que no son noticia en los medios de comunicación o en las redes sociales, a pesar de ostentar un elevado riesgo de perecer. Generalmente la roca no es fragmentada por los golpes del martillo, sino que es la gota de agua fina, pero persistente la que la erosiona y la acaba quebrando.

Del mismo modo, la soledad sorprende cada vez a más personas que, lamentablemente, nadie les echa en falta, o no captan el suficiente interés de los demás. La distancia social y el confinamiento obligatorios, a raíz de la Covid-19, han acentuado todavía más la sensación de soledad, causando desagradables situaciones de angustiosa adversidad.

La soledad crónica, especialmente en las personas mayores, genera sufrimiento, desesperación y falta de autoestima. El Gobierno de España, un país cuya población envejece con premura y se precipita a un vacío generacional, debería observar, y muy de cerca, este fenómeno social y ser, por tal motivo, responsable al tiempo de acometer políticas solidas con soluciones inteligentes para atajar el desamparo que provoca la sutil pero inicua soledad.

Y puesto que el vigente gobierno central, tan progresista, tan vanguardista y tan profundamente quimérico, crea organismos institucionales sin hacer ascos al dinero, bien podría establecer un ministerio en cuyo seno se gestaran medidas paliativas para reducir el angustioso malestar que ocasiona la soledad en diferentes estratos sociales y ámbitos de la comunidad. A tal efecto, no faltarán quienes opinen que los servicios sociales y la sanidad se bastan para dar salida a las diversas situaciones y consecuencias que induce la misma. Pero no es menos cierto que, en atención a las muertes que se derivan del desierto anímico que padecen muchas personas, una comisión multidisciplinar bien podría encargarse de su estudiarla exhaustivamente para dar con algún antídoto que la atenuase.

Esta “enfermedad” atípica pero atávica no es autóctona de países subdesarrollados, donde faltan recursos esenciales y el austero nivel de vida debilita la existencia humana, no. Son en los países ricos, desarrollados y opulentos, siendo el estado del bienestar lo que prima en ellos, donde la soledad se ceba con mayor crueldad con las personas que padecen dicho tormento, por el rechazo consciente o inconsciente de los círculos sociales quizá porque molestan, incomodan o cargan. Con todo, no caigamos en el error de adoptar medidas que contribuyan, de alguna u otra forma, al desprecio más amargo de la digna humana.