Opinión

Os lo agredezco… compañeros

He estado ingresado 12 días en la planta décima del Hospital Clínico de Zaragoza. El diagnóstico: Covid. El virus maldito había llegado a mi vida, no he sabido muy bien cómo, pero me ha dado fuerte.

En unas pocas horas me vi al “otro lado de la mesa”. El médico era ahora el paciente. Un enfermo asustado y temeroso de lo que le pudiera pasar, aunque, en la medida de lo posible, intentaba disimularlo.

Pronto, los compañeros que me atendieron se percataron de que la situación podía complicarse seriamente y me trasladaron a la planta diez. Allí hay habitaciones especiales donde estás prácticamente como en la UVI. Oxigenación de doble flujo, monitorizado, controlado permanente y en reposo absoluto. Y, cómo no, solo, obligatoriamente solo.

La angustia ha sido intensa, el miedo también. Gracias al teléfono móvil, bendito teléfono, he podido estar en comunicación con mi familia, sobre todo con mi hijo, Carlos, que ha sido mi gran soporte durante todos los días. Confieso públicamente que la experiencia, una vez pasada, me ha servido como cura de humildad y de paciencia, y aunque siempre he tenido presente que somos “poquita cosa”, hay momentos en los que esos sentimientos se intensifican y se hacen más evidentes.

Rápidamente me di cuenta de que estaba rodeado de profesionales como “la copa de un pino”. Profesionales sanitarios, médicos/cas, enfermeros/as, auxiliares de clínica, limpiadoras, celadores/as, que cada día intentaban, cada uno a su nivel, frenar al enemigo y que daban todo de sí para poner coto a los desmanes del maldito virus.

Con los famosos e incómodos EPIs me han atendido y cuidado a la perfección. Su afecto, profesionalidad y amabilidad ha sido constante, y eso hace milagros. Poco a poco, consiguen transmitirte calma, ánimo y fortaleza. Justamente la que todos ellos tienen cada día para estar en sus incómodos puestos de trabajo, con sus molestos equipos de protección, dando muestra y ejemplo.

La Covid no se ha vencido ni ha terminado, lo diga quien lo diga. El enemigo silencioso está a la espera de darnos más zarpazos, y como se lo pongamos un poco fácil lo hará sin lugar a dudas. Tengo el convencimiento de que algunos no solo se lo ponemos fácil, sino que incluso le invitamos amablemente a entrar en nuestra vida, abriendo quizá las puertas de la imprudencia de par en par.

No podemos bajar la guardia. El coronavirus, aunque no es más que un virus, nos puede hacer todavía mucho daño y amargarnos la existencia y nuestra salud. Es preciso conseguir una inmunidad global mucho más alta (80%) y, mientras no lo logremos, el peligro no se habrá controlado, al menos ese es el sentir de todos los que de verdad saben algo de esta materia.

Acabo mi reflexión con el título de esta Tribuna. Os lo agradezco. Millones de gracias, queridos compañeros, por haberme ayudado a salir adelante y haberme enseñado vuestra humanidad y profesionalidad.