Opinión

Cambio de rótulos

Francisco Javier Aguirre
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Algunos de los síntomas del desquiciamiento mental y social que padecemos son los programas municipales para el cambio de rótulos de las calles en pueblos y ciudades de España. Basándose unos en la Ley de Memoria Histórica, de 2007 –que ahora se reorienta como Ley de Memoria Democrática–, y otros en su discrepancia de la misma, según el partido que gobierne, se proponen cambios que no tienen sentido. Va a ser el cuento de nunca acabar, a tenor de las variaciones que vayan produciéndose a lo largo de las legislaturas. Rótulos, murales y monumentos, todo lo que está al alcance de la vista, van a resultar al final elementos efímeros.

Los ayuntamientos gobernados por la izquierda abominan de los nombres franquistas. Los gobernados por la derecha abominan de los que tienen relación con la segunda República. Los ateos abominan de los que hacen alusión a santos, papas y figuras religiosas de nuestra historia. La gente piadosa aborrece los de ciertos artistas que se manifestaron ateos e irreverentes con la religión. Pudiéramos señalar casos de unas y otras tendencias.

Ahora hay diferentes iniciativas municipales para que se supriman los rótulos de todos los nombres y avenidas que llevan el nombre del anterior rey, dadas las circunstancias que se van descubriendo, no solo de su vida pública, sino también de la privada, aunque esta segunda haya de ser respetada como la de cualquier ciudadano, por muy estrafalaria que resulte.

Así que si no caemos en la fórmula norteamericana de dar nombre a las calles por su número (5ª Avenida, calle 4, etcétera), tenemos muy poco margen de maniobra para denominar las nuestras de forma adecuada.

En el Ayuntamiento de Palma de Mallorca se ha intentado anular las calles dedicadas a tres gloriosos marinos de la Armada española con la estéril disculpa de que algunos barcos llevaron sus nombres durante la contienda civil. Argumento tan flácido da vergüenza a cualquier persona con sentido común, porque no tiene nada que ver el personaje histórico con el uso que posteriormente se haya hecho de él. Mal camino ese.

Nos queda muy poco repertorio, porque si alguien quiere titular una calle con el nombre de eximios poetas como García Lorca o Neruda, alguien de ideología conservadora dirá que no, porque fueron de izquierdas. Y sucede al contrario, si se quiere citar a José María Pemán, autor de El divino impaciente, porque se le pueden achacar querencias franquistas, aunque la obra se estrenase seis años antes del golpe de Estado.

Tampoco podemos utilizar nombres de toreros famosos, así que está en finiquito la calle de Florentino Ballesteros, en Zaragoza, o la de Nicanor Villalta en su pueblo natal, Cretas, porque los anti taurinos propondrán la defenestración de los rótulos correspondientes. Camino de eso vamos.

A los republicanos no se les hable de Felipe II, ni de Alfonso X, ni de Chindasvinto, y menos aún de Fernando III el Santo, porque saldrán en manifestación del bracete de los ateos. A los monárquicos les molestan los nombres de Salmerón, Castelar y no digamos cualquiera de los líderes de la segunda República. Y a los pacifistas toda referencia a caudillos militares, de Viriato al general Fernández, les quema las pestañas.

¿Quién queda indemne? Quizás los deportistas de élite que no han tenido veleidades políticas. Tal vez Rafael Nadal, uno de nuestros grandes campeones, que parece equilibrado a ese respecto. No así otro de los grandes mitos, Miguel Induráin, porque basta repasar las hemerotecas para detectar que a sus inicios renegaba de su condición de español o de sus vínculos con España; pronto reculó a la vista de que le iba a perjudicar en su carrera profesional. Tampoco ídolos futbolísticos como Raúl González, el famoso ‘Raúl’, o Fernando Hierro, y vuelvo a citar las hemerotecas, merecen ninguna titulación en las calles por su manifiesto menosprecio público a la cultura y los libros.

Todo lo anterior es realidad constatable. Tal vez si recurrimos a Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Raimundo Lulio (en versión castellana o catalana, según regiones) Juan Luis Vives y así sucesivamente, podremos encontrar rotulaciones oportunas p’a cutio, como se dice por estas tierras. Porque eximios poetas como fray Luis de León, san Juan de la Cruz o santa Teresa de Jesús, incluso el ínclito Gonzalo de Berceo, podrían despertar recelos entre los enemigos de la religión, como ya se apuntó.

Estamos ahogándonos en un vaso de agua, cuando el infinito mar alberga todo tipo de especies, aunque sea enemigas entre sí. Pero la humana tiene una dimensión mental tan reducida que a veces da grima pertenecer a ella, porque además es aberrante. ¿O es que alguna de las especies animales que pueblan el planeta ha contribuido tanto a deteriorar su hábitat?

Tratemos al menos de que nuestro hábitat visual y referencial respecto a las calles de nuestros pueblos y ciudades sea algo más equilibrado y duradero.