Opinión

La tormenta perfecta

Las sacudidas, más o menos violentas, siempre producen desgracias. En la actualidad, desde hace un tiempo y en progresión exponencial, vemos el concurso de pésimas condiciones que nos abocan a unos resultados catastróficos. Los excesos y la dureza de corazón han colmando el vaso de nuestros errores, quebrando por ello nuestras expectativas. Asimismo, la pandemia ha podido acelerar un proceso de descomposición social del que hasta ahora no queríamos ni tocar. ¿Qué rumbo ha tomado hoy el mundo? ¿Cuándo volveremos a la normalidad? Preguntas que invitan a interpretar la realidad de los tiempos con una luz trascendental.

Nos encontramos en un contexto en el que la (des) información, las estadísticas y los datos pretenden gobernar con su alienación nuestras vidas y proyectar nuestro futuro. Y en demasiados casos lo consiguen. Ciertos canales informativos y a menudo las redes sociales, son el santuario de quienes no dan un paso sin ver previamente aquello que los polifacéticos y poliemocionales tertulianos debaten con tanto aplomo y seguridad acerca de todo cuanto cae en sus manos. Frecuentemente, aquellos no analizan con criterio la situación, dejándose seducir por las argucias manipuladoras de los tiranos que ambicionan el dominio del infinito.

Debemos persuadirnos, y si no vamos mal, que estamos en guerra. Nos encontramos en un combate donde el globalismo social apoyado por los tecnócratas y sostenido por instituciones y organizaciones mundiales, pretende ávidamente apartar a Dios de nuestras vidas. Trata de hartar nuestras conciencias con la frivolidad de unos dioses que sustraigan la libertad de los tibios y superficiales, así como condenar a quienes no se amilanan para que otros decidan por ellos. Cuando se deja de creer en Dios, se puede creer en cualquier cosa (Chesterton), algo francamente muy peligroso.

Ante este escenario, experimentamos la acción de una buena dosis de idolatría tan híbrida como luciferina, cortejada por erráticas argumentaciones en donde son ensalzadas las cosas y son violados los derechos y las libertades fundamentales de las personas. Así se puede ver la obsesión verde, el halo medioambiental defendido con ahínco por quienes al mismo tiempo desprecian al ser humano por medio del aborto y la eutanasia, declinando a todas luces la ecología humana. O la postrera rebelión del hombre contra su identidad sexual, doblegando las inmutables bases antropológicas y de la genética en un alarde revolucionario y hostil. O el incipiente dogmatismo animalista, donde la deshumanización y el descarte de los débiles rinden tributo a la irracionalidad de las bestias.

La ciclogénesis explosiva social, que no meteorológica, se produce cuando los gobiernos se obstinan en controlar y embaucar a sus ciudadanos; cuando la fábrica del entretenimiento y el exceso del bienestar inyectan pasividad y tedio en sus consumidores; cuando la empresa tecnológica atrapa y se adueña de las voluntades humanas; cuando el ateísmo enfermizo y fóbico hacia Dios y hacia sus creyentes produce un odio agresivo contra el culto y el clero; cuando el gran capital amasado por un elenco de perturbados desestabiliza el tejido empresarial, empobrece a las clases medias y arruina las economías emergentes; cuando el miedo es utilizado como factor que socava la mente de quienes por ello son sometidos y subyugados…

Diáfanamente, este conflicto genera caos, injusticia y destrucción. Desde una perspectiva sensata, todos, debiéramos examinar nuestros actos para concluir qué hacemos mal y cuánto nos falta para hacer el bien. Quizá un “reseteo” espiritual e intelectual no sería suficiente. Quizá podamos cambiar el mundo si nos “formateamos”, por medio de una prospección íntima que nos sitúe de nuevo en la casilla de salida, para no cometer los mismos errores que nos han llevado a la reinante y adversa situación mundial.

San Juan Pablo II nos dejó escrito: “En los años futuros, cuando las palabras de odio y los actos de violencia hayan sido olvidados, serán las palabras de amor y los hechos de paz y de perdón los que serán recordados. Es esto lo que inspirará a las generaciones futuras. No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”. Sabias palabras que de poco servirán si al perdón del bueno no le sigue el arrepentimiento del malo, pues de otro modo la injusticia, la violencia y la falta de paz perdurarán para alimentar la extinción humana.