Opinión

Libros dedicados

Francisco Javier Aguirre
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Estamos en un momento en el que los nuevos libros aparecen como una floración de la primavera. Las Ferias que ya se han celebrado y las que están por venir permiten a los lectores conseguir la dedicatoria de algunos autores de su preferencia. Quienes ocupan los primeros puestos en las listas publicitarias de libros más vendidos, o tienen el respaldo de grandes editoriales, se desplazan de una ciudad a otra en busca de lectores, quienes a su vez aspiran a la distinción de que, en las primeras páginas del libro, figure su nombre con la firma y rúbrica del autor.

Estas son las que llamaría dedicatorias pasivas, puesto que, en la mayoría de los casos, el autor no conoce al lector que acude a la firma, llevado por la fama del escritor o por el interés del tema.

Pero existen también las dedicatorias activas. Denomino así a las que los autores estampamos impresas en los propios libros, bien sea al comienzo o a lo largo de los diferentes capítulos o relatos. Puedo pedir disculpas por la alusión personal, pero viene al caso.

En el último de mis libros titulado Tierra de silencios. Memorial turolense, dedicado íntegramente a esa provincia y a sus gentes, de cuya aparición ya informó este Diario, aparece impresa al principio la dedicatoria de todo el conjunto a José Antonio Labordeta, in memoriam, y a Eloy Fernández Clemente, dos personas de mi más alta estima, a quienes considero representantes emblemáticos de Teruel. Luego, cada uno de los relatos, 12 en su totalidad, con ilustraciones del joven artista turolense Nairo Hernández Úbeda, tiene su propia dedicatoria especializada. Se trata de personas con quienes mantuve una buena relación y a veces estrecha amistad, en su mayor parte fallecidas, aunque hay algunas afortunadamente con vida, como es el caso de Pascuala Balaguer, la esposa de José Iranzo, el ‘Pastor de Andorra’, uno de los dedicatorios del relato, o de Modesto Linares y Jesús María Muneta, personas ya provectas, que han sido piezas claves en el desarrollo musical de Teruel.

Otros dedicatarios han tenido méritos especiales en el desarrollo de la cultura en la provincia, como Amador Pizarro, que fundó el Ateneo Turolense, o Ángel Alcañiz, que llevó con gran pulso la secretaría general del Centro de Estudios del Jiloca. También homenajeo a varios alcaldes, que fueron los primeros elegidos democráticamente, por ejemplo en Teruel, Mosqueruela o Valdealgorfa. Igualmente hay dedicatorias colectivas, por ejemplo a los campaneros y campaneras de la provincia, y a los mineros, todos ya sin función.

Por suerte, he llegado tiempo de dedicar el libro a quienes, por desgracia, nos han dejado hace muy poco tiempo; es el caso del gran compositor Antón García Abril o del extraordinario cantautor Joaquín Carbonell.

Podré dedicar esta colección de relatos plenamente turolense (lo son los argumentos, los dedicatarios, el editor e impresor, el ilustrador, el prologuista…) en la próxima Feria del libro de Zaragoza, a celebrar en la plaza del Pilar, a quienes lo deseen, pero al mismo tiempo llevarán en sus manos el recuerdo y el afecto que desde hace muchos años profeso a las personas que acabo de citar.