JOSÉ CARLOS FUERTES ROCAÑÍN, Presidente de la Sociedad Aragonesa de Psiquiatría Legal y Ciencias Forenses. @jcfuertes.
El suceso ocurrido en el pueblo riojano de Lardero nos ha conmovido a todos. El hecho ha sido brutal, el presunto asesino ya había dejado sus huellas criminales en otros sucesos por los que estaba en libertad condicional y, por lo que se va sabiendo de su currículo criminal, no es la primera vez que había dado muerte a otra persona de una forma salvaje y despiadada.
Este sujeto, por lo visto y oído en los medios, podría ser considerado como un “sádico sexual”; es decir, un ser que disfruta haciendo daño y sufrimiento. Incluso es, a través de ese sufrimiento, cuando obtiene su patológico y abyecto placer sexual.
Decir que es un “monstruo” no es decir nada serio desde la óptica médica. Es un simple desahogo emocional, compresible pero que no aporta nada. Con sus antecedentes criminales sí se puede inferir que estamos, una vez más, ante un sujeto con un severo trastorno de la personalidad. Es decir, no es un enfermo mental, pero tampoco se puede considerar como una persona normal.
Este individuo tiene un desequilibrio emocional y conductual muy intenso que le aparta de lo que entendemos por normalidad. Pero eso en modo alguno quiere decir que tenga una perturbación en su psiquismo que le haga inimputable. En absoluto, el llamado asesino de Lardero tenía pleno conocimiento de que estaba actuando fuera de la ley, sabía que su comportamiento era criminal y, a pesar de ello, decidió libremente llevar a cabo un asesinato vil y dar muerte a una criatura de 9 años.
Por lo que hemos leído, se le había hecho un seguimiento intenso. Su conducta había sido irreprochable en el medio penitenciario e, incluso una vez fuera, había venido cumpliendo las revisiones que se le pautaron. No obstante, la junta de tratamiento había puesto objeciones a su libertad, pero el juez de vigilancia penitenciaria consideró lo contrario y el Ministerio Fiscal no se opuso a esta decisión.
Una vez más se cumple lo que muchos sabemos de estos delincuentes y es que tienen dos caras (o dos formas de actuar). Una, la que presentan ante las figuras de autoridad y, otra, la real, con la perpetran sus delitos. Son ladinos, astutos, saben seducir y adaptarse camaleónicamente al medio, según sus intereses. Son crueles, fríos emocionalmente y guiados exclusivamente por la consecución de sus impulsos.
Lo peor de esta triste historia es que se volverá a repetir. Ni hay medios técnicos ni humanos para diagnosticarlos, ni tampoco tenemos capacidad de predecir conductas como las que hemos visto. En cualquier momento, surge el depredador, sale la fiera. Adelantarse médicamente a ello, saber las posibilidades de recaída con una certidumbre científicamente rigurosa es, por el momento, solo un deseo, pero no una realidad.