Opinión

Jóvenes, reflexión y libertad

Al revisar la prensa, hace unos días, me llamó la atención un titular: “Hemos querido que nuestros hijos vivan en libertad, y se ha perdido un poco el respeto”. La entrevista a un personaje público destacaba su reflexión, quizá compartida por muchos, al contemplar algunos modos de funcionar en nuestra sociedad. Estoy de acuerdo sólo en parte, pues el anhelo de libertad no debería estar reñido con el respeto a los demás. Conjugar ambos aspectos constituye todo un reto, que no puede ser ajeno a los ámbitos familiar y educativo. Implica comprender, en toda su dimensión, qué significa ‘ser libre’ y ‘vivir en libertad’.

Desde hace algunos años la gran cuestión de la libertad está en el primer plano de mi labor docente con estudiantes de Secundaria y Bachillerato en el colegio Gaztelueta. La experiencia me ha llevado a la conclusión de que, además de enseñar, ayudar a pensar es una inversión que, al menos en un amplio sector, acaba dando fruto. Interiorizar lo que significa ser persona, y vivir en consecuencia, forma un todo con la reflexión sobre la libertad.

Cuando al finalizar el curso pido colaboración para afinar el temario, y la manera de explicarlo, se repite una valoración positiva: ‘me ha hecho pensar’. Una reflexión detenida completa la intuición que todos tenemos sobre esta cualidad esencial del ser humano. Al poner por escrito su definición de libertad, las opiniones de los alumnos confluyen, con distintos matices, en una idea: ‘es poder hacer, pensar o decir lo que me da la gana’. El comentario posterior de los argumentos lleva a la conclusión de que una libertad concebida sólo como ‘capacidad’ de (obrar, pensar, actuar… entre varias posibilidades) se queda corta en su grandeza. Algo tan fundamental en la vida de cada persona y de la sociedad debería ser mucho más.

Todas las personas aspiramos a la felicidad, y en cada situación este objetivo se materializa con una opción de libertad: tenemos la capacidad de elegir los fines (lo que consideramos bueno) y los medios para alcanzarlos. La reflexión sobre los objetivos es propia de la inteligencia, que después la voluntad acepta o rechaza: es así como la dimensión racional de la persona se implica en el mecanismo de la libertad, y asume una responsabilidad.

Una libertad sin referencia a una razón que guíe su ejercicio es una libertad descontextualizada. Al caer en la cuenta de esta realidad, caras de sorpresa muestran hasta qué punto una libertad incompleta, mutada en mera espontaneidad, está en la base de actitudes y comportamientos que tantas veces sorprenden por su irracionalidad. Cuando se tiene en consideración, no sólo el bien de quienes actúan libremente, sino también el de quienes se ven de alguna forma implicados por la libertad de los demás, ya no da lo mismo actuar de cualquier modo.

Entender así la libertad abre un amplio campo de posibilidades en la vida de las personas. Un ejemplo que hace fortuna es el de la estatua. Las hay para todos los gustos, pero no todas reflejan del mismo modo la belleza, ni cuestan el mismo esfuerzo. El cincel con el que cada uno vamos tallando nuestra escultura, a base de tomar decisiones, es la libertad. No la tenemos sólo para conservarla, evitando compromisos o limitando su ejercicio a cuestiones de poca entidad, sino para emplearla, orientando la vida de acuerdo a los objetivos e ideales que nos mueven. Cuanto mayor es el calado de las decisiones mayor es el valor añadido de la libertad: no es lo mismo elegir sobre las opciones de un menú, o el tipo de refresco en una reunión con amigos, que comprometer nuestro esfuerzo en crecer como personas y la mejora de la sociedad. Hay modos de ser libre que merecen la pena, y otros que llevan a vivir con menor intensidad.

Por extraño que pueda parecer, la consideración de lo que es una silla también ayuda a destacar los contrastes de la libertad. Tiene patas, sirve para sentarse, y si se coloca con el respaldo apoyado en el suelo, y las patas hacia arriba, puede servir incluso para colgar una chaqueta. Cuando, por una opción libre, procedo a esta operación delante de los alumnos, surge de inmediato la advertencia de que para eso está el perchero. Caen en la cuenta entonces de que, decidiendo en libertad, también podemos actuar de un modo extraño. Si en lugar de una silla consideramos la persona, el ejemplo sirve para tratar de la coherencia, y de lo que supone respetar su dignidad.

La libertad es, de alguna manera, medida de la grandeza de toda persona. Ser libre y vivir en libertad constituye un gran desafío. Por eso es tan necesario pensar; después, cada uno decidirá en libertad, asumiendo su parte de responsabilidad. Lejos de ser una limitación, la reflexión sobre la persona y su dignidad es la garantía de futuro de la libertad.