Opinión

El silencio final

Francisco Javier Aguirre
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La historia de la Humanidad podría resumirse de una forma simple y contundente como el proceso que ha conducido a que las riquezas del planeta Tierra, tanto en el orden animal, como en el vegetal y mineral, hayan pasado paulatinamente a manos de una sola especie: los humanos.

El proceso ha sido continuo y creciente. En algunos momentos, las legislaciones antiguas determinaban que solo se era propietario de los frutos que daba la tierra o el campo que un sujeto, una familia o una tribu podía cultivar. Pero hoy, todos los manzanos tienen dueño, sea un individuo o un colectivo (ayuntamiento, cooperativa u otra entidad pública o privada).

En la prehistoria, cuando los humanos se alimentaban siendo cazadores y recolectores, esta era la ley: se poseía lo que se alcanzaba de modo directo. La cuestión fue poco a poco complicándose. En el Código de Hammurabi, casi 2.000 años antes de Cristo, se estableció la propiedad privada de las tierras y se autorizó el arrendamiento.

Así que desde hace milenios aparecieron dos grupos de individuos que, simplificando de nuevo, pueden resumirse en pobres y ricos. Por lo que se refiere a la cultura occidental, fue estableciéndose poco a poco una situación intermedia que, globalizando también, podemos llamar burguesía.

De ella nacieron las revoluciones sociales y políticas de los dos últimos siglos desde el punto de vista intelectual, apoyadas lógicamente por las clases más desfavorecidas.

Ellas contribuyeron a repartir un poco la propiedad, así como la riqueza del planeta, refrendado todo ello por la revolución industrial. Repito que el análisis es simple y resumido.

Y así han ido funcionando las cosas hasta el momento presente, en el que estamos asistiendo a una imparable revolución tecnológica. Hoy, más que nunca, podemos diferenciar dos tipos de grupos humanos: los ricos y los pobres. El escalón intermedio, el de la burguesía, la llamada clase media, está adelgazando o empequeñeciéndose día a día.

Según los expertos y los analistas socioeconómicos, cada vez son más ricos los ricos y cada vez son más pobres los pobres. También, paradójicamente, cada vez son menos los ricos y más los pobres. De acuerdo que es una visión simplificadora, pero no deja de ser real. De ahí los crecientes movimientos migratorios en el planeta. Y lo que falta por acontecer.

Un famoso poeta y cantautor argentino, Facundo Cabral, difundió hace unos decenios una de sus composiciones que comenzaba diciendo “Pobrecito mi patrón, cree que el pobre soy yo”. Evidentemente se expresaba a nivel simbólico, considerando que la riqueza no es solo la posesión de bienes materiales.

Pero no deja de ser poesía, porque a despecho de cualquier tradición religiosa y de cualquier ideología (ejemplos personales y corporativos sobran) el verdadero dios a todos los efectos es hoy el dinero. Y el dinero llama al dinero, y cuando no hay dinero, se impone el silencio. Cada cual puede interpretar con sus alcances el contenido último de ese ‘silencio’ que puede ser final.